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ORCE (Granada)

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VISTAS: PASEO, IGLESIA, CASTILLO Y PLAZA.

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jueves, 31 de mayo de 2012

NOTICIA PUBLICADA EN IDEAL

De Orce a Rusia
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Maria


















La marchadora María Pérez, con solo 16 años, debuta con la selección española 
La joven atleta de Orce, es la más joven del equipo español que  participa en la XXV Copa del Mundo de Marcha que se celebra en la localidad rusa de Saransk
Hace unos años, el marchador accitano Paquillo Fernández, recorría los pueblos de la provincia de Granada, realizando exhibiciones de marcha para animar a los más jóvenes a practicar esta modalidad atlética. Una de esas visitas fue en la localidad de Galera, desde la vecina Huéscar en bicicleta, acudieron un grupo de jóvenes y entre ellos estaba María Pérez García. Era el año 2008 y fue el primer contacto con la marcha atlética de esta joven y prometedora atletas,  que poco a poco comenzó a practicar la marcha atlética con la ayuda de una monitora de atletismo de Galera, Inma Martinez que recibía los planes de entrenamientos que le enviaba Montse Pastor. Un año más tarde María Pérez participo en su primera competición, fue en un pueblo de Ciudad Real, sobre la distancia de 3 kilómetros y recuerda que realizo un crono de 22,30”  que no era un buen tiempo. Desde entonces, el progreso de María  ha sido continuo, se incorporo al club Juventud de Guadix y paso a ser entrenada por Daniel Jacinto Garzón, al que está muy agradecida “gracias a Jacinto he cosechado muchos éxitos, varios campeonatos autonómicos como cadete y esta temporada es segunda de España en categoría juvenil – junior.  Y ahora con solo 16 años, siendo juvenil de primer año, voy a ser internacional participando en la Copa del Mundo Saransk.”
María Pérez García es el orgullo de Orce, su localidad natal y donde reside con sus padres. A las 7 de la mañana se levanta para acudir al Instituto “La Sagra” en Huéscar, compagina sus estudios de de cuarto curso de ESO. Por las tarde después de estudiar un rato, sale a entrenar por las calles de Orce. Los fines de semana viaja hasta Guadix para realizar el entrenamiento más duro y más especifico de la semana. Todo ello, si no hay alguna competición y concentración con la selección española, como la que ha realizadas en Murcia o más recientemente Benicasin para preparar la copa del Mundo de Marcha que se celebra este sábado y domingo. 
Futuro prometedor 
Paquillo Fernández se equivoco con María Pérez, pues le dijo que en dos años estaría con la selección española, y solo ha pasado uno y ya va a debutar con el equipo nacional. El accitano se quedo corto en sus pronósticos. “Los consejos de Paquillo, son muy acertados, y me transmite su gran experiencia”. Dice María muy segura de sí misma. 
María Pérez compite ahora con el club Cueva de Nerja UMA, pero su entrenador sigue siendo Daniel Jacinto Garzón y ante la posibilidad de marchase a un centro de alto rendimiento y tener que cambiar de entrenador, prefiere seguir entrenado en Orce y los fines de semana y festivos continuar trasladándose a Guadix para entrenar, junto a Luis Alberto Amezcua, que es el otro integrante granadino de la Selección Española de marcha que acude a la copa del Mundo que se celebra a 600 kilómetros de Moscú.
La jovencísima marchadora órcerina  comenta a IDEAL que acude a la copa del mundo para adquirir experiencia, pues en frente estarán las máximas favoritas en todas las distancias como son las marchadoras rusas. No obstante María Pérez, intentara mejorar su mejor marca personal que esta en 51,51” e intentar lograr la mínima que es 51.00”  que posibilita  acudir al Campeonato del Mundo Junior que se celebra este verano en Barcelona.
María Pérez participara en la prueba de junior mujeres sobre una distancia de 10 kilómetros. Todos los marchadores españoles tiene una gran experiencia internacional y un gran palmares deportivo salvo la debutante María Pérez García que con solo 16 años llega de un pequeño pueblo de la provincia de Granada, Orce, cuyos vecinos trataran de seguir la carrera de su paisana por las redes sociales e internet. 

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jueves, 24 de mayo de 2012

PREGÓN FIESTAS DE ORCE - 2009

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE ORCE. AÑO 2009


Por Manuel Jaramillo Cervilla.  Catedrático

Mis queridos orcerinos, orcerinas, y público en general:

Antes de comenzar el Pregón, me van a permitir agradecer al Ilmo. Sr. Alcalde-Regidor del Ayuntamiento de Orce, Don José Ramón MARTÍNEZ OLIVARES, al Sr. Concejal de Cultura D. Cristóbal VÍLCHEZ CABALLERO y a toda la Corporación Municipal, la confianza que han depositado en mi persona, nombrándome PREGONERO de las Fiestas de este año de 2009.

Me siento muy halagado y orgulloso de tal designación, de modo que este evento estará siempre en mi memoria y en la de mi familia.

Tras este necesario prolegómeno, doy comienzo al Pregón.

EL ORCE POR MI VIVIDO Y SENTIDO 
I
Los que no hemos nacido en Orce, pero lo hemos vivido y sentido, llevamos un Orce ideal en la cabeza. Ausentes de él, en la distancia, sin contaminarnos de las vivencias emocionales domésticas, disponemos para conocerlo del camino del intelecto, de la comprensión, de un amor cuasi religioso, que nos permite ver sus logros, sus avances y gustarlo en su belleza absoluta, sin mácula alguna.

Orce no necesita carta de recomendación, ni hacerse propaganda; por eso, aunque geográficamente esté aislado y sólo se le ve hasta que se le tiene directamente ante los ojos, su imagen impacta y el visitante queda deslumbrado, sorprendido, ante la belleza de su realidad inesperada.

Paisaje entre rural y urbano, donde las huertas quedan alineadas con las torres, palacios, castillo e iglesia, en Orce, inusitadamente, lo urbano se ve invadido por el campo y no al contrario, por lo menos eso ocurría en el Orce de mi infancia. El campo lo penetraba todo, impregnando el ambiente, casas y calles, en un armonioso equilibrio entre vegetación y edificios. Armonía que hoy definiríamos como ecológica, que era una de las señas de su identidad urbana y que se debe preservar, frente al ataque invasor de los tentáculos de la modernidad.

Noches de verano orcerino, explosión de frescor y de aromas, provenientes de sus huertas, que invitaban al paseo y a la tertulia hasta altas horas de la madrugada.

Torres y huertas de Orce, vistas desde la ermita de San Antón. Torre del Homenaje del castillo, que se yergue en el horizonte proclamando el poder señorial de los Enríquez; torre de la iglesia, esbelta y estilizada entre las nubes, que proclama el poder espiritual de la Iglesia, del abad de Baza y del obispo de Guadix; torres de los palacios-casas señoriales de los Segura-Nieto y de los Belmonte-Segura, expresión de la plutocracia urbana, de la “corte chica”, que se han ido conformando con el tiempo.

Huertas de los Belmonte-Segura, los Villalobos y Castellares, que son los jardines de sus respectivas casas. Inolvidable huerta de Cáceres, abancalada en terrazas, rica en frutales, árboles de “pan del arca” y moreras, cuyas hojas servían de alimento a mis gusanos de seda.

Pero Orce es algo más. Orce es el pueblo de la amistad. Orce me enseñó el verdadero concepto de la amistad. Para el orcerino, la amistad no es conducta, sino actitud. La conducta es un modo de obrar, la actitud es un modo de ser. Ser amigo es connatural a su ser, de modo que, para el orcerino, ser amigo es anterior a toda obligación. Lo importante no es la conducta con el amigo, sino la AMISTAD, con mayúsculas, que une a las personas, obligándolas a comportarse con rectitud y darse totalmente.

En Orce conservo muchos y buenos amigos, que han perdurado hasta hoy sin solución de continuidad.

Este es el Orce que siempre he llevado en la cabeza.

II

¿Cómo se fue gestando esta mi idea de Orce?

Corría el año 1946, cuando llegué por primera vez a Orce, por razones de destino de mi padre. Tenía cinco años y sólo un hermano de unos meses de edad. Los temores, que ante lo desconocido, pudiera tener, pronto quedaron disipados ante el cariño con que fuimos acogidos, especialmente por la familia de Don Alfonso Gallardo, su mujer Juliana, modista, que tenía el taller en su casa de los caños de abajo. Sus hijas, Rosario y Angustias, entonces dos bellas jóvenes señoritas, me llevaban a todos los sitios.

En Orce, pues, fui por primera vez al colegio y aprendí las primeras letras. Fue mi maestro, Don José Gómez Molina, educador formado en el magisterio de las Escuelas del Ave María y que fue discípulo directo de Don Andrés Manjón.

Estaba situada la escuela de Don José en el bajo del Ayuntamiento, recién reformado, formando pareja con la de Don Amador Cañabate, padre. Allí estuvo hasta que, al pasar a ser Hogar Juvenil, fue trasladada a la primera planta de la casa del hospital. Si en el primer emplazamiento, el recreo se hacía en la Plaza Nueva, en el segundo, fue la plaza de toros el lugar preferido para jugar al futbol. Más de un castigo recibimos por regresar tarde.

Pero lo importante fue la formación que en ambas escuelas fuimos recibiendo: primeras lecturas en los libros de Agustín Serrano de Haro, “España es así” y “Hemos visto al Señor”, para pasar a la lectura diaria de un párrafo de El Quijote y realizar el análisis de un texto extraído del mismo; aprendizaje de la caligrafía, letra gótica, Aritmética, Gramática, Geografía e Historia, todo esto con una metodología avemariana, llena de canciones y otros recursos didácticos. Tanta dedicación tuvo su compensación: obtuvimos el primer premio de España en periódicos murales.

Pero es más, yo, personalmente, me siento deudor de Don José: fue él quien convenció a mi padre para que iniciara los estudios de bachillerato y quién me preparó gratuitamente el ingreso y el primer curso en el Instituto “Padre Suárez” de Granada, con éxito evidente en ambos casos.

La escuela es, además, una fuente inagotable de amigos, cuyo recuerdo es imperecedero. Es el caso de Antonio Guillén Gómez, mi compañero de pupitre, el más talentoso y creativo de todos, que comparte hoy conmigo el gusto por la historia; de Miguelito, que endeble físicamente, se hizo luego un gran atleta y un empresario bueno y honrado; de José Ambel Burgos, de caligrafía endiablada, premonitoria de su profesión médica; de Enrique y Antonio Guillén Trucharte, mellizos; de Francisco Casanova Reche, el “Fragüerillo”, que ha continuado su amistad en Granada; de Esteban, recientemente fallecido; de Joaquín, funcionario del ayuntamiento; de Daniel y Pepe de Octavio, algo mayores, listos y buenas personas. Y paro de contar, porque la lista se haría demasiado larga.

Un acontecimiento de mi vida, de los que nunca se olvidan, fue el día de mi primera comunión. Era párroco entonces Don José Serrano, sacerdote de gran elocuencia, que ponía sumo cuidado en la formación catequética de los niños y niñas. Tuve dos preparadoras estupendas; la primera, Dolores Jara, que lo hizo con gran cariño, y la segunda, Remedios, hija del secretario del Ayuntamiento, Don Hermenegildo Caro, delicada y exquisita, a quien me gustaba oírla cantar en la misa de los domingos.

Niño de 8 años, me causó gran impacto su explicación de las consecuencias del pecado original, que condenó al hombre y a la mujer, entre otras cosas, al sufrimiento de las enfermedades. Yo sufría grandemente las constantes recaídas de mi madre asmática, que precisamente, por esta razón, no pudo acompañarme en tan señalado día a la iglesia. Sin compañía familiar alguna, mi primera comunión fue triste, pero alegre a la vez. Las amigas de mi madre me mimaron en todo momento.

Durante los siete años de mi infancia en Orce, viví intensamente el pálpito de su acontecer histórico. Eran los cuarenta, los años de la posguerra, todavía cercana, cuyos efectos se cernían negativamente sobre la población. Años de escasez económica y diferencias sociales, de dificultades económicas en el día a día; años del Auxilio Social, cartillas de racionamiento y del estraperlo. A partir de los cincuenta, las cosas mejoraron un poco y la miseria, por lo menos, no se manifestaba tan palpablemente. El cultivo de la remolacha para abastecer la fábrica de azúcar de Caniles proporcionó buenos beneficios y la explotación del esparto, con la plantación de pinos, completaba los ingresos de los más pobres en los largos inviernos sin actividad laboral. Al mismo tiempo, recibió un gran impulso el cultivo del cáñamo, curado en las balsas que jalonaban la carretera de Galera, mientras que Don Emilio Villalobos comenzó a modernizar sus explotaciones, trayendo máquinas cosechadoras, tractores (oruga) y camiones. ¿Quién no recuerda el “Chato” y el “Ciempiés”

Por otra parte, se mejoró la turbina generadora de electricidad y se terminaron las temporadas en que vivíamos con la sola iluminación del candil o el quinqué.

Y la modernidad comenzó a mostrar su rostro. En 1950, se inaugura la línea de autobuses Baza-Orce y llega el ansiado “coche-correo” de la empresa bastetana Simón-Maestra. Se rompía así con el aislamiento que sufría la población, al quedar al margen de las comunicaciones comarcales con Baza. Había que trasladarse a Galera andando o en cabalgadura y regresar del mismo modo. No es de extrañar que se ansiara la creación de dicha línea y que, después de algún intento frustrado –como en la película Bienvenido míster Marshall-, el recibimiento dado al coche correo revistiera caracteres apoteósicos. Allí estuvo todo Orce y la banda de música amenizó el acto entre vítores y aplausos.

Poco antes, en 1949, se había terminado el encauzamiento y embovedado de “La Cimbra”. Además de higienizar el barrio y asegurarse de los desbordamientos de la rambla, provocados por las avenidas ocasionadas por las lluvias torrenciales de otoño, a causa de la “gota fría”, la obra posibilitó la creación de un paseo bellísimo, orlado de de una arboleda perfectamente alineada, y que se remató con una graciosa glorieta, donde se colocó la Cruz de los Caídos, de mármol. Era alcalde Leandro Villanueva Martínez, que concluía la obra emprendida por su abuelo en 1902.

Deporte favorito y travesura infantil, que yo protagonicé varias veces, era atravesar la cimbra desde su inicio en las “Eras de Arriba”, hasta su desembocadura, cerca de los “Caños de Abajo”. Ver la salida de la rambla por la bocana de la Cimbra, constituía un espectáculo indescriptible.

Otro acontecimiento de gran calado fue la construcción de una amplia carretera a través de la huerta de “La Algaida”, que acortaba el acceso a la carretera de Galera. Antes se hacía dando un gran rodeo por la calle del Horno –o Real- y la carrera de San Sebastián. Se daba también salida a la calle del cuartel, que estaba interrumpida por un edificio dedicado a cochera, propiedad de Doña Remedios, viuda de Don Fernando Villalobos. Fue la primera vez que vi cómo se hacía una carretera y cómo trabajaban los picapedreros.

Por aquella apertura, comenzó Orce su primera expansión. Recuerdo que se convirtió en lugar de paseo y que Miguel Vega Jara, “Miguelito”, abrió un bar en una de las huertas, al que llamó “El Patio Andaluz”. La propaganda, desde la megafonía del hogar juvenil en la plaza nueva, quiso darlo a conocer así:

Si quieres beber buen vino,

toma el camino,

vete por la carretera,

que el “Patio Andaluz”

te espera,

con sus vinos exquisitos

y precios más que estupendos

Y dentro del ambiente religioso imperante en la España del nacional-catolicismo, se produjo la llegada a Orce, en octubre de 1951, de la imagen itinerante de la Virgen de Fátima, cuya devoción había alcanzado su punto más álgido. Tras varios días de preparación de estandartes y banderitas, de todos los colores, los zagales y las zagalas fuimos en procesión a esperar a la Virgen por la carretera de Baza, cerca del Barranco de las Macilucas. Llegaba la imagen milagrera desde la aldea galerina de “La Alquería”, pero su tardanza hizo que apareciera el cansancio y que un viento frío invadiera el ambiente desapaciblemente. No obstante, la Virgen fue recibida con gran entusiasmo, que no decreció durante el trayecto y llegada al pueblo. Me sorprendió sobremanera ver cómo las palomas se posaban a los pies de la Virgen y en las andas que la transportaban. Después, marcharía a visitar los anejos de Fuente Nueva y de Venta Micena, para ser entregada a los fieles de Huéscar.

En este ambiente de exaltación religiosa, recuerdo un acontecimiento que causó un gran impacto en mi sensibilidad de niño: la inauguración del trono de la Virgen de los Dolores. Aquella noche, resaltado por la oscuridad, el dorado del trono brillaba iluminado por la luz de velas y faroles. Al mismo tiempo, en el silencio, sonaba un solitario tambor, que nos marcaba el paso a los niños vestidos de flechas y disciplinados por Julio Martín Ambel. La banda de música, dirigida por el maestro Miguel Navarro Castilforte, entonaba solemnes marchas musicales.

Mi vida, pues, transcurría entre la escuela, la iglesia, el hogar juvenil y mis juegos. En la iglesia, me satisfacía oir cantar con su voz nasal al sacristán Miguel Morales y, sobre todo, escuchar los sones del armonio maravillosamente instrumentado por este gran músico local, que otrora fue organista del magnífico órgano parroquial.

Siguiendo la inercia de la religiosidad imperante, participaba devotamente en los actos de las asociaciones religiosas infantiles, como la de los cruzados. Pero lo que más me gustaba era oir las misas de gozo, oficiadas muy de madrugada, rayando el día, cantadas con sus letras y acompañadas por instrumentos de cuerda, guitarras, laudes y bandurrias. No sé, si como en Galera, se han recuperado las letras y la música, pero es obligado hacerlo como labor de rescate del patrimonio cultural urciense. Al lado de las misas de gozo, cabe colocar la música de las Ánimas, que en tiempo de Navidad, iba casa por casa, pidiendo el aguinaldo, cantando con letras propias que nunca logré entender, pero con una música exótica y pegadiza, que le daba un gran colorido y originalidad. Supongo que se conserva en la actualidad.

Del Hogar Juvenil guardo un gran recuerdo. Aparte de las arengas de Julio Martín Ambel, hombre buenísimo, fue el lugar de reunión de niños y jóvenes; allí aprendí a jugar al ajedrez, las damas y pin-pon. En el ajedrez tuve como gran rival a Fidel Merlos Torrente, algo mayor, que fue compañero de escuela, seminarista y profesor, y, en el pin-pon, el campeón indiscutible era José Luis Castellar Martínez, también compañero de escuela por un tiempo, seminarista y profesor.

En Orce, los juegos infantiles tenían sus tiempos. En el invierno, se practicaba, para entrar en calor, el “dopi” o salto sobre nuestros cuerpos agachados a menor o mayor distancia, en el que nunca distinguí, y la “raya de Francia”, juego parecido al rugby, que era muy divertido. En primavera y verano, se imponía el juego del “guas” o de las “bolas”, que, cuando marché de Orce, me enteré que era llamado de las canicas. En este juego desarrolle una gran habilidad y distinguí sobremanera. En el otoño, se jugaba a los “santos” o estampas con un hueso llamado “el sacatós”, que tomaba cuatro posiciones distintas con otros tantos significados. Seguramente que se trataba de una articulación ósea de la pata de un chivo o cordero. En este juego también distinguí, quizá porque no implicaba riesgo ni dureza.

Entre estos juegos y mis estudios transcurría el día a día de mi vida cotidiana, sólo interrumpida los martes con el mercado semanal, que acabó celebrándose en los caños de arriba, tras la terminación de la cimbra. Allí llegaban comerciantes, como Pedro “el de las ollas”, de Galera, y la “Gorda”, frutera de Cúllar, pero también vendedores de aceite de Pozo Alcón y hasta dentistas, que tenían su “clínica” en la posada de arriba. En el mercado, además, no era extraño oir cantos de ciego, que contaban episodios tremebundos y cuyos “papeles” compraban las gentes sencillas con verdadera avidez.

La cotidianidad también se veía interrumpida por fiestas no religiosas, como las del “Jueves Lardero” en el mes de enero. Todo el pueblo iba de merienda al campo, andando o en cabalgaduras, bien provistos de sabrosos alimentos fríos, entre los que no faltaba la típica tortilla española, los huevos duros y embutidos de la última matanza y el riquísimo jamón. Los lugares preferidos eran El Marchal, Fuencaliente, la rambla de María y Agua Alfonso.

Fuencaliente, lugar paradisíaco, trae para mí recuerdos entrañables. Allí iba con Antonio Díaz Espigares, el hijo mayor del médico, a cazar ranas, a las que diseccionábamos para verles los pulmones y el corazón; o a cazar grillos, que metíamos en las cajas de inyecciones, para martirio de nuestros padres.

También ansiaba la llegada del mes de mayo, con el rompimiento total de la primavera y la celebración de las flores a María. En la escuela de Doña Nieves, mujer de Don José, situada en los caños de arriba, junto a su casa, nos reuníamos los zagales y las zagalas de ambas escuelas, con la clase adornada de flores, rosas principalmente, presididas por una preciosa talla de la Inmaculada, cedida por la madre de Antonio Guillén Gómez, Doña Resurrección, que vivía muy cerca de la escuela.

Pero, sin duda alguna, las fiestas de San Antón y de San Sebastián son las que han dejado en mí el mejor de los recuerdos. Desde la ventana de mi dormitorio, en la lontananza, se veía espléndida la ermita de San Antón y no sé que era más bonito, si asistir “in situ” a la salida del santo de su ermita y contemplar después cómo se deslizaba la procesión zigzagueando por las curvas de la cuesta, o contemplarla desde mi dormitorio en una gran panorámica, envuelta en los nubarrones de la pólvora cohetil.

Convertido en santo popular, la procesión se repetía de modo sencillo durante todo el mes de enero, para satisfacer las numerosas promesas que se hacían con la intención de procesionarlo, bien desde la ermita a la iglesia o bien desde ésta a la ermita, de modo que se hizo popular la expresión: “santo arriba, santo abajo”.

Las fiestas de San Antón tenían su continuación en las fiestas de San Sebastián, con la variante de la representación de moros y cristianos. El día de San Sebastián, por la tarde, la soldadesca cristiana sacaba la imagen del santo de su ermita y, en la procesión, era atacada por los moros, salidos montarazmente y por sorpresa de los ribazos que bordeaban el camino, dando escopetazos y alaridos. Se hacían con el santo y lo conducían a la iglesia. Al llegar a ella, los cristianos lograban liberarse y vencer a los moros –vestidos entonces con simples sábanas blancas-, rescatando la imagen de San Sebastián. En el atrio, los capitanes, moro y cristiano, bailaban la bandera. Se representaba, pues, los dos actos del cautiverio y del rescate, pero sin palabras, por lo que se le ha encuadrado entre las representaciones llamadas “sin argumento”. Su antigüedad, sin embargo, es centenaria, como lo acredita que se tenga conocimiento documental de ella desde 1639.

Muy originales eran “los vítores”, no siempre ditirámbicos, dedicados en pasacalles, tras un redoble de tambor, a las autoridades, comerciantes y gentes del común. Recuerdo los vítores del tío Pérez, personaje singular, pequeño de cuerpo, cabeza redonda, braquicéfala, y pelo cano, panadero de profesión y músico. Su afilada lengua, llena de gracejo, no se detenía ante nadie, y de forma más o menos velada, su acerba crítica daba repaso a las cuestiones más candentes o que preocupaban a los orcerinos. Tomaban, así, las fiestas un sesgo de protesta o crítica social, inexistente en otras localidades.

Y es así como llega el final de mi infancia vivida en Orce; destinado mi padre al pueblo de Cortes de Baza, en un día de la primavera de 1953, en el camión de Ginés Casanova, lloroso y entristecido, dejaba el pueblo e iniciaba una nueva etapa de mi vida.

III

El regreso de un joven profesor

No volvería hasta pasados once años, o sea, en 1964. Era, pues, un joven de 23 años, que llegaba a Orce como maestro propietario provisional de la escuela unitaria del anejo de Fuentenueva. Me dio la posesión Don Amador Cañabate, hijo del viejo Don Amador, y padre de la actual saga de maestros que han dejado y siguen dejando la impronta educacional en las sucesivas generaciones de orcerinos y orcerinas de los siglos XX y XXI.

Nuevamente fui acogido en casa de los Gallardo, nuestros amigos de siempre; pero, como buen funcionario, decidí residir “in situ” en Fuentenueva. Mi padre me procuró alojamiento en casa de una hija de Don Luis Botía, casada con Antonio “El Guitarra”. Allí me acogieron con hospitalidad y, muy pronto, estaba integrado en la familia. Fue un año inolvidable: en la soledad y silencio del campo, leí como nunca, conocí el Orce rural en profundidad, traté con pastores y campesinos, de los que aprendí mucho y con provecho. Mi amistad con Jesús Botía me ayudó bastante en esta empresa; en su Land Rover, visitábamos los cortijos y lugares de la sierra, donde tenía esparcidos sus ganados, enriscados en agrestes paisajes de gran belleza.

Muy amigo también del sacerdote coadjutor Don Fernando García Corral, hacía las lecturas en español en la misa, según la nueva liturgia que el concilio Vaticano II estaba imponiendo.

De estas experiencias, percibí la importancia de la situación de Orce como eslabón principal del pasillo que enlaza el Levante con las tierras bastetanas y oscenses y la importancia histórica y económica de este hecho.

Semanalmente bajaba a Orce, que encontré algo cambiado. En primer lugar, los que antes éramos niños y niñas, ahora, habíamos pasado a ser hombres y mujeres, adultos, pero jóvenes con muchas ganas de vivir. Se percibía la bonanza económica iniciada en los años sesenta, la Década Prodigiosa”, y había alegría por todas partes. La orquestina que amenizaba el baile del nuevo bar de los Fragüeros era expresión de lo dicho.

El castillo había sido restaurado y desaparecidas las construcciones adosadas al mismo, entre ellas, la posada a la que daba su nombre. Lucía esplendorosamente, pero también era evidente que algunas cosas no se habían hecho del todo bien, como por ejemplo, la desaparición de la puerta de entrada, donde jugábamos de niños con nuestras espadas y escudos hechos en la carpintería del Galerilla. Además, los terremotos, que por aquellos años eran muy frecuentes, habían derribado algunas almenas de la torre del homenaje.

Por la edad que tenía, aunque la historia de Orce siempre me interesó, el centro de mi atención en esta mi segunda y efímera estancia por tierras orcerinas, estaba en el conocimiento de los entornos geográficos, en divertirme y admirar a tantas mocicas guapas como allí había. Fue más tarde, cursando la carrera de Filosofía y Letras, cuando la historia de nuestro pueblo comenzó a llamarme poderosamente la atención por su interesante riqueza. El primer impacto vino a través de la polémica, de gran altura, mantenida entre Antonio Guillén Gómez y Vicente González Barberá, sobre el señorío de Orce y Galera, el castillo y las casas-palacios de los Segura-Nieto y Belmonte-Segura. Cernieron muy bien y con gran fruto histórico e intelectual. Yo estaba patidifuso, o mejor, como ahora se dice, “flipado”, de ver a mi amigo Antonio Guillén polemizando, pese a su juventud, con un consagrado como era Don Vicente.

Después, siendo ya catedrático, continué profundizado en el conocimiento histórico de Orce; primeramente, siguiendo las excavaciones del profesor Gibert en Venta Micena y el descubrimiento en 1983 del llamado “Hombre de Orce”, el homínido más antiguo de Europa, y aunque el profesor Botella, de la Universidad de Granada, y otros, pusieron en entredicho la veracidad del hallazgo, suponiendo que se trataba de un équido, pensé que el yacimiento gozaba de una gran importancia y atractivo paleontológico, por lo que no dudé en incluirlo en mi libro de “Historia de las Civilizaciones”, editorial Algaida-Anaya, Proyecto 92, para darlo a conocer a todos los bachilleres de España.

Mis estudios sobre el obispado de Guadix-Baza, ya en mi tesis doctoral como en trabajos posteriores, enriquecieron mis conocimientos sobre la historia de Orce y algo tengo publicado de ello, aunque no como estudios monográficos.

Según Pedro Suárez, historiador del siglo XVII y autor de la “Historia de el obispado de Guadix y Baza”, Orce fue primigenio del cristianismo en España, al identificarlo con URCI, donde predicara San Indalecio, varón apostólico y compañero de San Torcuato y San Cecilio. Ello posibilita pensar que fuera cabecera de una antigua diócesis en los inicios del cristianismo en España. Este honor, sin embargo, debe disputarlo con Almería, que siempre se ha llamado la diócesis urcitana, por entender que URCI estaba cerca de Berja o Pechina. Sea esto así o no, las leyendas y tradiciones indicadas, junto con la situación geográfica y red de caminos comentadas, hacen pensar, con toda lógica, que el cristianismo se predicó en Orce desde los tiempos apostólicos, es decir, desde los siglos I al III d. C.

IV

Dejemos hablar al castillo y a la iglesia

Y heme aquí, en este espléndido escenario, a los 63 años de mi primera venida a Orce, con iguales ilusiones que el niño de 5 años, pero con el conocimiento de toda una vida. En este escenario tan noble, tan urbano, con el castillo al frente y la iglesia a mis espaldas, percibo que me habla por sí solo de la historia de Orce y de la mía propia.

Castillo e iglesia nos vienen a decir que Orce, como todos los pueblos del antiguo reino de Granada, no tiene Edad Media cristiana, sino musulmana. Desde el año 711, perteneció a la España islámica, hasta que, en el siglo XV, pasó a manos cristianas.

El castillo nos asegura que él ha dado siempre nombre al lugar, porque el vocablo URCI, del que deriva ORCE, significa FORTALEZA, esto es, bastión que dominaba el paso de las tierras levantinas a las bastetanas, donde se asentaban las vecinas, Tútugi (Galera), Uxkar (Huéscar) y Basti (Baza). Y que, con los musulmanes, aprovechando el antiguo “oppidum” romano-visigodo, comenzó a construirse en el siglo XI, tras la desmembración del Califato de Córdoba. Incluso que, para adaptarse al cerrete donde se asienta, tomó la forma de triángulo isóceles, en cuyo ángulo superior, al sur, se levanta la orgullosa Torre del Homenaje, que nos preside. Pero que tiene otras seis torres hermanas, más pequeñas, situadas en otros puntos cardinales, de ahí, que se le conociera con el nombre del castillo de las Siete Torres. Pero dejemos que nos hable el propio castillo:

“En el siglo XIII, con la conquista por Fernando III el Santo de Jaén y las ciudades del valle del Guadalquivir, Córdoba y Sevilla, pasé a ser tierra de frontera entre los reinos musulmanes de Murcia –después cristiano-, del nazarí de Granada -recién fundado-, y el cristiano de Castilla. Por eso, tomé una gran importancia estratégica y fui disputado por moros y cristianos.

Así, inmediatamente, desde Segura de la Sierra, fui conquistado por los caballeros de la Orden de Santiago, junto con Galera, Cúllar y Huéscar, pero, me rebelé contra Alfonso X el Sabio en 1252.

En 1325, el rey nazarí Ismail I, utilizando por primera vez la pólvora, me conquistó, por lo que pasé a ser granadino definitivamente. Las hostilidades, por uno y otro bando, nunca cesaron, porque a mediados del siglo XV, Don Rodrigo Manrique, comendador de Santiago y padre del poeta Jorge Manrique, me vuelve a conquistar para los cristianos, hasta que doce años después, en 1445, con el sultán de Granada, Muhammad X el Cojo, pasé otra vez a ser musulmana.

Pronto, sin embargo, me convertí en una plaza clave en la guerra de la conquista del reino de Granada por los Reyes Católicos; de modo que, en el verano de 1488, hace ya 521 años, fui entregado al rey católico Don Fernando y pasé a ser, lances de la vida, punto estratégico para la conquista de Baza en 1489.

Cristiano ya, fui, con Galera, Cortes y los Filabres, dado en señorío a Don Enrique Enríquez, tío del rey y mayordomo de la reina. Se completó entonces con sillería la argamasa de mi torre del homenaje –los musulmanes no construían con piedra- y se le añadieron un par de plantas rematadas con almenas. En dichas plantas, había unos salones en los que residía el Gobernador, representante oficial de los Enriquez. En realidad, si el gobierno efectivo estaba en la casa-palacio de Baza, yo era la cabecera, la capital del señorío, conocido como “Casa y Estado de Baza”, porque en mis estancias residía el gobernador.

En 1531, un terremoto derribó una de mis torres intermedias, por lo que, desde entonces, solamente tuve seis. Y, tras un período de tranquilidad, nuevamente, en 1570, alcancé un gran protagonismo bélico, a causa de la sublevación de los moriscos. El gobernador, Melchor de la Serna, ocasionó numerosas bajas a los moriscos de Jerónimo Maleh y le obligó a refugiarse en Galera, donde sería vencido por Don Juan de Austria.

En la Guerra de la Independencia, fui ocupado por los franceses y nunca más entré en combate. Como testimonio de mi poder militar, hasta 1936, había un cañón en mi torre del homenaje, que se utilizaba para dar comienzo a las fiestas que hoy conmemoramos. Costumbre, que no estaría mal recuperar: si en Pamplona, sus fiestas de San Fermín se anuncian con un “chupinazo”, en Orce, lo pudieran ser con un CAÑONAZO.

En mi dilatada vida, he tenido muchos señores. En 1586, el cuarto de los Enriquez murió sin descendencia, por lo que el señorío pasó sucesivamente a las casas de los Portocarrero, Águilafuente y a los Abrantes. Pero, he de señalar que, en 1811, se extinguieron los señoríos, por lo que, a finales del siglo XIX, una hija, heredera del duque de los Abrantes, me vendió al hacendado local, Don Juan Manuel Sánchez de la Torre, cuya casa estaba en el actual ayuntamiento. Desde entonces, se me adosaron viviendas y mi deterioro no hizo más que aumentar. Finalmente, como sabéis, fui restaurado y declarado monumento histórico nacional en 1973.”

Dejemos, ahora, hablar a la iglesia, pero antes de hacerlo quiero significar que toda ella, con su porte de templo catedralicio, subrayado por la verticalidad de su airosa y bella torre, es producto de la voluntad y fe inquebrantable del pueblo de Orce, que supo vencer las grandes dificultades que su construcción y mantenimiento conllevaron.

Así habla la iglesia:

“Posiblemente, he sido lugar sagrado desde tiempos inmemoriales; de santuario indígena, pasaría a ser templo cristiano y, después, con la dominación árabe, mezquita, sobre cuyo solar, tras la reconquista cristiana en 1488, se construyó una iglesia de reducido tamaño, por lo que en el siglo XVII, los obispos de Guadix, Juan de Arauz y Juan Queipo de Llano, ante mi insuficiencia, decidieron levantar una nueva iglesia. Las obras comenzaron en 1654 y, para 1664, ya estaban terminadas. Se colocaron vidrieras, el púlpito y un retablo, obra del reputado escultor Antonio Caro.

Pero, en 1700, comenzaron a aparecer grietas en mi capilla mayor, por defectos de cimentación y filtraciones de aguas subterráneas. Las grietas fueron en aumento, por lo que, en 1748, ante la amenaza de ruina, el culto se trasladó a las ermitas de San Pedro Mártir y San José. Se sucedieron los informes de arquitectos, como Rodríguez Thoribio, de Orce; Gaspar Cayón, de Guadix y Cádiz, y de Joaquín Dámaso de la Cruz, que trabajaba en Huéscar y en la Calahorra.

Bajo la posible traza de de Gaspar Cayón y la ejecución de Dámaso de la Cruz, los problemas de cimentación fueron superados y la Capilla Mayor hecha realidad. El templo apareció en su interior en todo se esplendor. Además, se levantó una portada neoclásica, obra de Fernando Osete, y se construyó el cancel o atrio por José Ortiz que me da una gran prestancia. Mi antiguo retablo fue sustituido por el grandioso actual, obra también del escultor y arquitecto José Ortiz.”

Finalmente, desde este precioso atrio, que tantos y buenos recuerdos me trae, desde el que oía tocar el piano a Doña Soledad, paisana de mi madre, he de deciros que ha sido un verdadero honor para mí ser el pregonero de las fiestas del 2009, que siento gran emoción en dirigir la palabra a mis antiguos amigos y amigas, pero también a sus hijos e hijas y, quizá, a sus nietos y nietas. Tengo una gran fe en la juventud y en el porvenir de Orce, al que tanto queremos; no soy orcerino de nacimiento, pero, como si lo fuera, le quiero y me siento tal, porque lo he vivido y sentido.

Mis queridos amigos y amigas, orcerinos y orcerinas, divertíos, y gritar conmigo:

¡Viva Orce!

Orce, a 11 de agosto de 2009, a las 22’ 30 horas. Por imperativos del tiempo, el Pregón no se dio en la Plaza de la Iglesia, como estaba previsto, sino en la Casa de la Cultura.



















jueves, 17 de mayo de 2012

CRUCES DE MAYO 2012. ORCE


Son varias las cruces que se engalanan en rincones y plazas del pueblo.
Los vecinos más mañosos son los que se encargan de vestir los altares de la cruz con hierbas y flores,
paños bordados, mantones,perole​s, lebrillos, macetas, cerámica, colchas, floreros, cantareras y un sin fin de cachivaches;
sin faltar, por supuesto, el pero y las tijeras.
Este símbolo granadino, que se pone en todas las cruces, tiene su significado:


las afiladas tijeras eran para que los murmuradores se cortasen el pico;
y la fruta, para que teniéndola la cruz, nadie pudiese ponerle “pero” al primoroso y nunca bien ponderado altar entre los altares.
Es tradicional, entre los vecinos del barrio o de la zona,
celebrar una comida de convivencia, en un ambiente distendido y de sana alegría.

Estas son algunas de las cruces de este año 2012.


FOTOS: VICTORIA CASTRO ALMANSA