VISTAS ESPECTACULARES DE LA CIUDAD DE GRANADA.


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ORCE (Granada)

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VISTAS: PASEO, IGLESIA, CASTILLO Y PLAZA.

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VISTA AÉREA DEL PUEBLO

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domingo, 8 de septiembre de 2013

PREGÓN DE FIESTAS 2013- JOSÉ ANTONIO PONCE

Buenas noches. Lo primero, decir que esto de hablar en público no es lo mío, ruego me perdonéis si no se entiende bien lo que digo, si me quedo callado por los nervios o si tengo que salir corriendo también por los nervios. Y si me atranco o empiezo a tartamudear, pues que tardaré más tiempo en dar pregón.

           El caso es que cuando he salido en los teatros, en las carrozas, en los inocentes, Reyes Magos ó haciendo el payaso en otros muchos eventos, nunca me ha dado vergüenza ninguna. Pero esto por lo que sea, es diferente.
 
Mis queridos paisanos, familiares, amigos de Orce y de cualquier otro lugar. Quisiera agradecer a José Ramón y compañía el embolado este en el que me han metido. Cuando me lo dijo hace un par de meses a ca Molina, me dio un escalofrío que me duró varias semanas. ¡Dios mío¡ que digo allí delante de mi gente, perdí 3 o 4 kilos del agobio y nervios que me entraron. Ya cuando me hice a la idea, los volví a recuperar rápidamente y alguno más.

Agradezco también a todos los amigos que durante estos días me han estado dando ánimos y gracias a ellos salgo aquí un poco más tranquilo. De verdad, muchas gracias, sois de lo que no hay.

Cuando me puse a redactar esto, eran tantas las cosas que se me iban ocurriendo que no sabía por donde empezar ni como ordenarlas. Lo que os voy a contar ahora son mis propias vivencias, sin olvidar que yo no soy el protagonista sino un figurante más,  porque todas esas vivencias han sido en compañía de muchos de vosotros que estáis aquí.

Y puesto que vuestra paciencia tiene un límite intentaré ser breve, pero no demasiado.

Toda mi niñez la pasé en el barrio de la Calle el na’or, aunque durante algún tiempo también estuve en las casas nuevas, donde viven mis padres ahora.

Mi madre me llevaba a las escuelas del Hospital  desde muy chiquitín, porque como estaban enfrente de mi casa, pues allí me dejaba pasar el día, sentado o durmiendo en un cojín.

Cuanto jugaríamos en aquel barrio, casi siempre con juguetes que nosotros mismos hacíamos, con una llanta vieja de bicicleta y un palo hacíamos carreras de ruedas, con alambres y latas de conserva vacías fabricábamos los aperos de los tractores, con dos tablas, un trineo; las latas vacías del aceite de los coches eran los tambores con los que hacíamos nuestro propios desfiles de San Antón (íbamos por todo el pueblo pegando latazos)… También jugábamos al dopi, al chinchimonete arriba jinete, a la mosca, hacíamos peleas oficiales entre los barrios del pueblo. Casi todos estos juegos se han perdido.

Mis padres son Pepe (de la Cañá-Caravaca) y Antonia (de Fuente Nueva), que este Octubre próximo cumplen sus primeros 50 años de casados. Mi padre se ha dedicado toda la vida al campo y a las ovejas y mi madre a las cosas de la casa, durante un tiempo también  tuvo su empresa de confección, cuando montaron la cooperativa aquella entre algunas mujeres del pueblo. Pero la mejor profesión que han hecho ha sido sin duda la más difícil, que es la de ser padres.  Cuantas veces he dicho que me gustaría educar a mis hijos igual que me han educado a mi mis padres.

De mis vecinos quisiera recordar a Juan Antonio y Sebastiana, que para nosotros eran el Nono y la Nana,  eran como de nuestra familia. No puedo dejar de emocionarme cada que me acuerdo de ellos.

Aunque quede un poco cursi decirlo, casi todo lo que uno es, lo ha aprendido en la infancia y adolescencia. El entorno en el que nos hemos criado de chicos, nos marca para toda la vida.

Agradecer también a mis maestros, la paciencia que tenían con nosotros, ya que estábamos un grupo que éramos malísimos; una vez, creo que fue Don Amador nos mandó que hiciéramos un mural de las Meninas de Velázquez y a mi amigo Miguel Angel (el cartero) se le ocurrió cambiarle el nombre y le pusimos: Las Mininas de Velázquez, imaginaros el mural que salió lleno que mininas y el castigo que nos llevamos.

Yo nunca he sido brillante en los estudios ni de chico ni de grande, pero gracias a aquellos primeros impulsos que nos dieron los maestros conseguí sacar algo.

Pertenezco, como otros muchos Orcerinos a la generación del “un, dos, tres”, los payasos, un globo, dos globos, tres globos; de las teles en blanco y negro, de aquellas que no tenían mando a distancia, claro que en mi casa no hacía falta, estábamos los tres hermanos que hacíamos la misma función.

En verano cuando llegaban los turistas, siempre en Julio y Agosto Orce estaba lleno de gente. Venían todos mis primos y mis tíos; todavía recuerdo los pellizcos que pegaban mis tíos en la cara, eran pellizcos con retorcijón, para asegurarse de que hacían daño.

Y en 8º de EGB, las verbenas que hacíamos para el viaje de estudios; en ninguna ganábamos nada, al revés, lo que ganábamos en las rifas lo perdíamos en las verbenas.  Todos los cursos se iban una semana a Madrid de viaje de estudios y nosotros un fin de semana a Málaga a una pensión que olía a bicho muerto.

Otra actividad inolvidable, era la de los teatros, primero con Don Antonio el Cura. Uno de los primeros teatros que hicimos, “La muela del Rey Farfán”, yo hacía de un Rey que le dolía una muela; pegaba unos chillidos que se escuchaban hasta el las eras. Hasta hace pocos años, cada vez que me cruzaba con Juan Francisco (el padre de mi amigo José Ramón) me preguntaba: ¿Qué, como llevas la muela?, y yo le decía: pues ya me duele menos.

Don Antonio el cura además,  me tuvo 2 años rezando el rosario todas las tardes, primero con la tía Cornelia y después solo, y así se curó algo mi tartamudez.

Ya cuando éramos más grandes pasábamos  al teatro de mayores con Don Leandro, ¡que grandes teatros se hacían¡ y cuanto arte hay en este pueblo. Sigo sin comprender como nos podía aguantar  y mantenernos en orden. El caso que al final siempre salía bien. Y nuestro gran premio era la fiesta en el bosque; un remolque lleno de gente sentados en las alpacas y para el bosque

Me alegra mucho que se haya retomado esto de los teatros y más aún que Don Leandro cuente conmigo para algún papelillo.

Me acuerdo muchas veces de la rondalla que había en Orce, no cabíamos todos en el coro, éramos más de 80. Había varias divisiones como en el futbol, desde los más malos hasta los más buenos; hicimos varios viajes.  Cuantos músicos y orquestas han salido de aquí.

Podría estar días contando recuerdos y cosas buenas de Orce: lo de las farras que hacíamos en las cuevas, con toda su preparación, hasta bajábamos a Galera a probar el vino en sus bodegas (solo los hombres claro) y donde más nos gustaba comprábamos una o dos arrobas.

 Luego estaba el Jueveslardero, las matanzas, que me tenía que levantar a las 4,00 de la mañana con mi madre para que a las 6,00 cuando bajara el matarife a “espiazar” el chino, estuviera todo preparado.

O el Centro Cultural de las Siete Torres; cuando me dieron mi primer carnet , ya me podía juntar con los mayores y participar en todas sus actividades.

O aquella época que pensábamos que había un fantasma en Orce,  todas las noches salíamos a buscarlo.

O cuando montábamos los chiringuitos para la feria en la cochera del Balas y en el castillo, o los de San Antón.

O cuando íbamos a dar serenatas noches enteras por todo el pueblo. En casi todas las casas teníamos que invitarnos.

O La mistela y licor café que hace mi madre, que son famosos ya en todo Granada.

O el vino que nos daban de chicos para coger hambre.

Cuando salíamos a las tantas de la madrugada a coger taponera. Llegábamos a un tajo que suponíamos que nadie conocía y la sorpresa es que alguien nos la había jugado; habían estado el día de antes. Estaban las matas peladas. No pasa nada; a los que veíamos a lo lejos en el cerro de enfrente, en otro tajo, les decíamos ¡venid pa´cá y echadnos una mano que aquí están cosías! y mientras ellos venían nosotros salíamos corriendo.

      Y los porrascazos que nos pegábamos en aquellos cerros. Una vez me resbalé en un cortao que hay por encima del cementerio y mientras caía, miraba al mismo cementerio pensando que para allá me iba directo. El tema de la taponera da para escribir un libro.

      Raro era el día que no llegaba a mi casa con alguna rodilla levantada o con una pedrá en la cabeza, o con la bicicleta hecha polvo de los saltos que pegábamos.

      A veces pienso que estoy vivo de milagro.

No todo era jugar, también había que trabajar. Muchas tardes, después de la escuela o del instituto nos íbamos a la vega para hacer caballones, aletas, hacer la cieca o  “escavar” pipas (que época la de las pipas, hasta que llegó la plaga del jopolobo y se las llevó pa’lante).

Ya para los fines de semana mi padre nos preparaba a mi hermano Angel y a mí los trabajillos más selectos: recoger piedras en el secano o arrancar mancaperros, pero  el que más me gustaba era sacar la majá, eso era de lo más aromático. El pestazo que había allí hasta se podía ver.
     

            Un verano me mandó mi padre todos los días a dormir con las ovejas a la Caña-caravaca. No se como me las arreglaba pero siempre me quedaba dormido en la atocha; algunas mañanas me veía negro de encontrar el ganado. 

Bueno, ya de más grande, pues lo típico, ir a la vendimia a Francia, y más tarde a la siega a Ciudad Real y Burgos.

            Podría seguir mencionando recuerdos pero voy a cambiar de tercio, creo que me he puesto un poco cansino contando tanta batallita.
        

Cuando acabé COU, me puse a trabajar con mi padre,  me gustaban mucho todos esos trabajillos que él me preparaba pero me lo pensé mejor y al año siguiente mi hermana Mari Carmen me buscó una carrera que parecía fácil (y luego no lo fue tanto) y de esa forma terminé estudiando en Jaén, donde conocí a Paqui, con la que llevo casado 16 años. Ella es de Campillo de Arenas un pueblo al que es muy fácil acostumbrarse; también se deja querer; allí hay un grupo de amigos con los que mantenemos una grandísima amistad. Tan solo tiene un fallo y es que la feria de allí coincide con la de Orce por lo que todos los años tenemos el mismo problema para poder acudir a los dos pueblos.

Mis primeros comienzos empresariales fueron aquí mismo en Orce, en el año 92, cuando realizamos una plantación masiva de habichuelas. Me junté con un socio que no quiero decir su nombre porque como aquello no funcionó y él es ahora el Director de la Caja Rural de Orce pues vaya que no le guste, je je.

Ahora vivimos en Las Gabias, un pueblo que está junto a Granada. Trabajo en Armilla, donde tenemos una pequeña empresa que llevamos entre mi mujer y yo. Por supuesto esta crisis nos ha afectado mucho pero de momento todavía tenemos el negocio abierto.

Mis dos hijos Jose y Carmen a pesar de no haber nacido en Orce, lo sienten también como  su pueblo, ya conocen gran parte de sus costumbres; hace dos años fueron los pajes de las Fiestas de San Antón. Conocen hasta el vocabulario orcerino.

Saben perfectamente lo que es un melón de agua, o  de pan, una panocha, pegar una espertugá, pasearse en un velocípido, tirarse por un rescullente, o comer aletría, o cuando les digo ¡que giro lleváis, ¡me pueden decir  “pos aquí comiéndome un chambi o una bolsa panizo”.  Si se comen un pepino, le cortan el  culo y a la frente.  Les encantan los gurullos que prepara mi madre.

Ojalá sigan así porque eso me permitirá a mí además, poder seguir viviendo a menudo.

Muchas veces, cuando vuelvo de algún viaje hacia Granada y paso por la autovía de Cúllar, voy pensando en mis cosas y cuando me vengo a dar cuenta,  ya estoy entrando por los pinos a Orce ¡vamos, sin enterarme ni siquiera¡. ¡Pero bueno si yo iba para Granada como es posible que el coche solo me haya traído a Orce. Me doy mi vuelta por el pueblo, saludo a mis padres y para Granada.

En donde yo vivo y en mi trabajo, todo el mundo sabe de donde soy. Cada vez que hablo por ahí de Orce se me llena la boca cuando lo nombro. Muy pocas veces me refiero a Orce como “mi pueblo” suelo decir siempre “Orce”, con todas sus letras.

Y ¡ay! de aquel que me diga: “¡y eso donde está!”, se la ha cargado; ese está condenado por lo menos a escucharme la historia completa de Orce, desde las fiestas de San Antón, la cuerva, los danzantes, las luminarias, el Castillo, la Iglesia, hasta la historia del hombre de Orce;  se traga hasta la fiesta de los Ponces que hacemos con toda mi familia en la Venta cada año.

            Ese, para la próxima vez que me vea no se acodará de cómo me llamo pero si sabrá de donde soy.

            Bueno para ir terminando decir que me ha costado mucho asumir que ya no vivo en Orce pero con el nombramiento de pregonero ya sí lo tengo claro; tendré que conformarme con tenerlo cerca, venir todo lo que pueda, salir en los teatros, participar en las fiestas de San Antón, vestirme de danzante y acudir cada vez que me llamen los amigos por alguna fiesta.

            Deseo lo mejor para Orce que se lo merece todo, y también para toda su gente, sobre todo para aquellos que lo estén pasando mal, por motivos de salud o de trabajo; Animadles a que sigan luchando.  Pertenecer a este pueblo es muy grande.  Todo lo que hay aquí es perfecto: sus barrios, sus cuevas, sus cortijos, el campo (de secano y de vega), la piscina de Fuencaliente, sus fiestas, sus bares, su cordero, sus latas de asao, hasta su propia revista (Alcazaba). Pero sobre todo su gente.

Por supuesto sí me gustaría que hubiera más trabajo y así tener un poco más de alegría económica, para que los jóvenes y menos jóvenes no tuvieran que irse de aquí…

En estos momentos tan difíciles que nos está tocando vivir por culpa de esta perversa crisis que parece que nunca se acaba, animo a todos los emprendedores que hay en  Orce, a que no tiren la toalla, la gente que es buena en su trabajo, triunfa; no lo digo por mí, pero lo he visto en muchas ocasiones.

Paisanos, poned toda la alegría para estas fiestas de 2013 en honor a la Virgen de los Dolores.

Os deseo unas muy felices fiestas.

¡Viva la Virgen de los Dolores!

¡Viva el pueblo de Orce!

Muchas gracias y espero no haber sido demasiado cansino.