Buenas noches,
familia, amigos, visitantes y orcerinos todos.
El día que José
Ramón me dijo que si quería decir el pregón de fiestas, me quedé tan
sorprendida que le dije:-
¡Muchacho! ¿Yo? ¿Y qué voy a decir? Pero fue
un momento, porque el sorprendido fue él
cuando vio que aceptaba. Espero no decepcionarlo. Solo hay que ser atrevida y
habladora, y esas dos cualidades las tengo. O defecto, según se mire.
Hoy, señor alcalde
y Puri, os doy las gracias por darme la oportunidad de poder agradecer en público a tantas
personas que me han ayudado en mi caminar.
Me presento, por si
alguien no me conoce. Soy Angelita, nacida en Orce, en el barrio de San Pedro.
Molina y Leoncana por parte de padre.
Aludía y Ciñá por parte de madre.
Emigrante por dos
veces. Primero a Francia y después a Barcelona.
Mi niñez fue muy
feliz, esa libertad de jugar en la calle con mis amigas a la rayuela, a la
soga, a pillar, (siempre llegábamos a la casa con la falda del vestido
colgando) , Teatros, casi todos los domingos hacíamos uno en el corral de la
tía Rogelia, en el barrio de San Marcos.
Por la mañana lo barríamos y por la tarde actuábamos, no teníamos que
ensayar, siempre era el mismo. (En las cuevas que hay en Graná……..) y con las
ganancias ya teníamos “pa pipas”. También jugábamos a un juego que se ha
perdido, que era una paleta, un taco de madera y un maural. Decíamos:
Voli—Troli. Los que han jugado se acuerdan.
Los veranos
jugábamos en la “parva” de mi tío Antonio el Ciñao, y en Septiembre nuestra
querida feria, con sus columpios y la caseta del turrón que tan bueno estaba. Ahora ni caso le hacemos.
¡Cuantos recuerdos!
El que peor llevo es haber pasado por debajo de la cimbra desde los cuatro
caños hasta la gasolinera (que entonces no existía) ¡Qué miedo! Todo tan oscuro
y peligroso.
También quiero
tener un recuerdo para mi maestra, Doña Enriqueta, que nos dejaba los recreos
libres para hacer estas travesuras.
Los niños siguen
teniendo la misma suerte de poder jugar en la calle, pero hay una cosa que ha
cambiado. Ahora oigo:
- ¡Vamos que te
tienes que duchar! Ese problema no lo teníamos nosotras. Mi madre con una
toalla mojada nos daba en la cara, brazos y piernas. Y una vez a la semana, en
un lebrillo o barreño, nos daba un baño. También teníamos la mimbrera y el
hondón para bañarnos en verano.
No es lo mismo
darle al grifo que subir el agua del cañico, que era el que más cerca teníamos.
¡Qué buenas y
necesarias son las duchas!, pero que gastazo de agua tenemos y a veces
despilfarro en las casas y lo que no son las casas.
Aquí se salvan los
más mayores que son los únicos que saben cuidar y valorar las comodidades que
hoy tenemos.
Cuando hicieron la
depuradora, pensé, bueno por lo menos algo se recupera para otros menesteres.
Por ahora vamos con suerte que no tenemos recortes de agua, espero que nos
dure, pues son muchos los nacimientos de agua que hemos visto secarse y eso es
preocupante.
A los once años
cambió mi vida. Mis padres se habían ido a Francia a trabajar y mis hermanas y
yo nos habíamos quedado con las abuelas. Fue el año de los terremotos.
Cuando mis padres
ya tenían trabajo y casa, mi madre vino a por nosotras. Ella sin saber nada de
los terremotos venía por Valencia y escuchó a alguien decir lo que estaba
pasando en esta parte de Granada. Esos días nos habíamos ido a Cullar huyendo
del miedo. Nos bajamos de la Autedia cinco niños (Mª Carmen con meses) una
abuela y mi tía Alodía, sin saber donde ir, buscando una fonda. ¡Y allí estaba
nuestro Ángel de la guarda! Que nos preguntó si eramos de Orce y si teníamos a
donde ir. Nos dijo que él ya tenía una familia acogida y nos llevó a casa de su
hermana que vivía enfrente de la pastelería Kika. Como estábamos cerca de la
parada de autobuses mis hermanas y yo nos entreteníamos viéndolos llegar. Y un
día en uno de ellos estaba mi madre. Ella no sabía que estábamos en Cullar y
nosotras no sabíamos que venía. ¡Qué sorpresa! Nos quedamos un día más en
Cullar y volvimos a Orce.
Nuestro
agradecimiento eterno con la gente de Cullar. Cuando tanto se hablaba de los
terremotos de Lorca, llamé a Canal Sur radio, no dí mi nombre, solo quería
hablar del pueblo de Cullar y de su gente y decirles que, aunque han pasado los
años, Orce sigue agradecido. Y al poco tiempo vinieron e hicieron un reportaje
de lo que entonces pasó.
Por mucho que le
dolió a mi madre dejar a su familia, con esos terremotos que no paraban, nos
fuimos a Francia.
No me acuerdo mucho
del viaje, que fue muy largo, y cuando llegamos a Roujan, después de la alegría
del encuentro, nos dijo mi padre que estábamos muy negras. ¡Cómo no íbamos a
estarlo si vivíamos en la calle debajo de las acacias de la era de mi abuela!
Y después de la
vendimia a la escuela. A mis hermanas las pusieron con niñas más pequeñas y a
mí con las que se estaban preparando el graduad escolar. Me sentaron al lado de
una española que me hacía de intérprete.
La maestra, Madame
Comète, me hacía leer en voz alta y claro todas las niñas se reían. ¡Que mal lo
pasé!
Tuve que aprenderme
una poesía de memoria, sin saber lo que decía, pero que nunca he olvidado. Y la
voy a recitar en honor a todos los españoles que aprendían francés y a los
franceses que aprenden español.
Dice así:
Les zéphirs se donnent oux flots,
les flots se donnent a la lune,
les navires aux matelots,
les matelots â la fortune.
Tout ce que l’univers conçoit
nous apporte ce qu’il reçoit
pour renche notre vie aisée.
L’abeille ne prend point du ciel
le doux present de la rosée
que pour nous en donnen le miel.
Y en tres años que
estuve con esta maestra aprendí el francés a la perfección y me saqué el
graduado. Después, dos años más en un colegio de chicas, nos enseñaban a coser
y a cocinar entre otras cosas. Este colegio era un internado y había
marroquíes, hindúes, católicas, protestantes. De todas las razas y de todas las
religiones y todas estábamos muy unidas.
Yo ya tenía
dieciséis años, y podía haber estado hasta los dieciocho en este internado,
pero a mi padre no le gustaba vivir en Francia y decidió volver a Orce. Mis
hermanas y yo nos hablábamos en francés y él decía: ¡En la casa se habla
español! Volver fue una lástima por mis hermanas que eran muy buenas en los
estudios.
También diré que mi
ídolo era Adamo.
Durante esos años
veníamos en verano, teníamos un coche amplio, el Ariana, era semi-viejo y ¡cómo
se calentaba el joío en las cuestas de Garraf!
En Septiembre
vendimiábamos, como todos los que iban, que entonces eran muchos ¡Qué alegría cuando
llegaba el autobús lleno de orcerinos! Entre ellos mis tíos y mi abuelo.
Estuvimos a gusto
en Francia y la felicidad llegó con el nacimiento de mi hermano Alfonso. Era
nuestro juguete. Así que tengo un hermano francés, de padres españoles,
residente en Barcelona y que le gusta mucho venir a Orce. Aparte de sus padres
y hermanas, tiene a sus sobrinos y resobrinos que lo adoran.
La alegría de vivir
en Orce nos duró dos años. Los paisanos que tenemos en Torelló le decían a mi
padre que allí había trabajo, y mi madre lo convenció en irnos, para así
mantener la familia unida.
Fueron dos años muy
felices. Yo dormía con mi prima Lola, a ella le sobraban camas y nosotros no
cabíamos en casa de mi abuela.
Me compraron una máquina de hacer punto, que aprendí en casa de las merguizas. Mucha gente tenía máquina y era trabajo para el pueblo.
Las amigas me ensañaron a bailar en el salón de los fragüeros y también, me eché novio.
Irnos a Barcelona
fue duro, íbamos por la mitad del camino y todavía llorábamos. Nos fuimos en
Diciembre, ¿No sé por qué? Y lo que más me chocaba era que la gente trabajaba
todo el día. -Pues,¿cuándo iban a hacer los mantecados y los rosquillos para
Navidad?- Me preguntaba yo. Ese olor a pino del horno de la joven y esos dulces
recién sacados que nos comíamos aunque estuvieran calientes.
¡Cómo los eché de
menos!
Mi agradecimiento a
las hijas de Purilla y demás paisanos que nos ayudaron a encontrar pronto
trabajo.
Todos los veranos
veníamos a pasar nuestras vacaciones, y el cuarto año vine y me casé con mi
novio Pepe, hijo de María la forastera y Joaquín el Lanero. Fue un día muy
feliz, la boda se celebró en el salón de los Fragüeros ¡Qué calor! No sé porqué
era la costumbre de tomarse el chocolate con churros a mediodía y por la noche
la cerveza fresquita. También podía ser al revés. Ahora todo eso ha cambiado.
Nos fuimos de viaje
de novios (una semana a Granada) y después a Torelló donde ya teníamos nuestro piso.
Nuestra hija Mª
Ángeles llegó pronto, una niña con síndrome de Down, nosotros estábamos felices
con nuestra hija y no nos importaba ¡Cuánto amor recibió esta niña de toda su
familia!
Después nació José
Joaquín un buen hijo, un buen hermano y con el tiempo
el mejor padre.
Pero los años
pasaban y aunque mi madre cuidaba a Mª Ángeles mientras yo trabajaba, llega un
momento en que es incompatible el trabajo y una hija que necesita tanto
cuidado. Por entonces, llegó la crisis
del ochenta y dos y en la fábrica los
que pedíamos la cuenta nos daban una indemnización y el paro. Pepe que tenía
ganas de volver a Orce y a mí me gustaba la idea sobre todo por mis hijos así
que ¡Nos vinimos!
Me dio lástima por
mis padres y hermanos. Mª Luz ya vivía en Valencia, pero aquí también teníamos
a la familia. José empezó la escuela, Pepe a hacernos la casa, y yo a
cuidarlos.
Mis suegros y mis
abuelas tan contentos de tenernos aquí y yo también.
En Orce nació
Sebastián, un sol de hijo, buen hermano y muy servicial para todos, y gracias a
él aprendí enfermería(¡Qué manera de darse porrazos con la bici, iba siempre
lisiao!).
Y sigo,
agradeciendo a toda la familia de mi marido y a la mía que, cuando llegaba la
matanza, que yo no tenía ni idea, allí estaban todos para ayudarme.
Aquí parece que eso
es normal, que no tiene importancia, pero cuando vienes de un trabajo, que hora
que echas hora que cobras, y ves la generosidad con la que te ayudan… eso se
queda en el corazón.
Me pasó lo mismo
con los agricultores. Siembran, no llueve a tiempo, no recogen o recogen poco,
pero ya están preparando la tierra para otro año. Menos mal que de vez e cuando
viene uno medio bueno.
Va pasando el
tiempo y a los once años de estar aquí mi hija murió, con dieciocho años, una
Nochebuena. Se ve que en el cielo faltaba un Ángel esa Navidad. Se queda una
tonta, sin saber que hacer, pero yo tenía dos hijos más y los niños no tienen
culpa de las desgracias que nos pasan a los mayores y había que seguir, y así
lo hicimos sin olvidar a nuestra Mª Ángeles. Aquí, agradezco a mi cuñada Rosita
que cuando la necesité, siempre me ayudó.
Y para ir
terminando, me faltan los niños y los abuelos.
La vida es como un
arco, así la veo yo, primero está la niñez. Todos los niños deberían tener una
infancia feliz, son los cimientos de su vida y eso no quiere decir darles todo
lo que quieran, ni mucho menos.
Yo no tuve
juguetes, ni los eché de menos. Se trata de la dedicación y el cariño que se
les da. Me acuerdo que en invierno, al lado de la lumbre, mi madre nos contaba
cuentos y con solo eso éramos felices.
A mí me gustan los
niños, será por eso que soy catequista. María Abril decía que eran muy buenos.
No, no, María, no son ni buenos ni malos, son traviesos. Pero tenemos recompensa.
El año pasado ese grupo de jóvenes, tan numeroso, se confirmó, yo lo disfruté y agradezco el
regalo de fin de carrera.
A los niños aparte
de enseñarles las oraciones, (el saber no ocupa lugar) les digo, sobre todo a
los mayores, lo peligroso que es un falso testimonio y las consecuencias que
eso conlleva. Y que sepan respetar. Respeto entre ellos, con la familia, en la
calle, etc.
Para los padres y
adolescentes, qué buenos son los consejos del juez Calatayud.
Después de la niñez
tenemos esos cincuenta o sesenta años que hay que luchar: estudiando,
trabajando, criando a los hijos, cuidando a los mayores, ayudando a los nietos.
Hay bueno, malo, regular, triste, alegre… pero es normal. Es nuestra vida.
Y la otra punta del
arco es la vejez, Aquí depende de la mentalidad de la persona y de su salud,
por supuesto. Pero un ¡olé! A todo aquel que la vive y la disfruta con
optimismo. A mis abuelas las he querido muchísimo, eran diferentes en el
carácter y sus vidas también fueron diferentes y penas no les faltó a ninguna.
La madre de mi
madre se quedó viuda en la guerra civil y tuvo que luchar para criar a dos
niños pequeñas. Fue un desgracia que les pasó a muchas mujeres. Se merecen un
monumento. Mi madre y mi tía se quedaron sin padre, pero ahí estaba su tío
Antonio el Aludío para hacer de padre y también de abuelo.
El papa Nono cuanto
nos hizo reir en las matanzas y cuando nos juntábamos. ¡Que buena persona era!
La madre de mi
padre (Carmencilla) persona generosa, con una gracia y un “don” especial. Mucha
gente se acordará de ella. Mis amigas, las de mis hermanas, las de mis primas,
vecinos y sobre todo su familia.
Para todo el que
llegaba había algo. Daba de lo que tenía y nunca faltaba tarta y chocolate.
Tampoco se me ha
olvidado mi abuelo Sebastián, (El papa Chan) él no tenía ganas de zagales, no
le gustaban, pero era el que nos daba una pesetilla que necesitábamos para ir
al cine. Y eso es de agradecer.
¡Que buena es la
relación abuelos y nietos!
Los niños crecen
con otros valores. Yo ahora como abuela, lo estoy disfrutando.
Y como se trata de
agradecimiento. Quiero tener un recuerdo a Luís Sanjuán, que con su
generosidad, muchos niños de Orce disfrutaron de su viaje de estudios, uno de
ellos mi hijo.
Un saludo a mis
sobrinos, que saben que los quiero, nuera, cuñados, primos, tíos, vecinas, amigas
y coro. Y a todos los que se han ido, un beso.
Gracias por la
paciencia que habéis tenido en escucharme.
Desearos unas
felices fiestas, muy felices, a los que estamos aquí y a los que vienen con la
ilusión de volver a su pueblo. ¡Que de eso sé yo algo!
Y ya me despido con
una oración que aprendí de mi abuela. Dedicada a la Virgen que para eso es su
fiesta.
Te acompaño en la
calle de la amargura
Virgen de los
Dolores, bendita y pura
No ves mi llanto
Yo también madre
mía padezco tanto.
He perdido el
sosiego, la paz, la calma
Y en un mar de
penas, vive mi alma
Nadie se compadece
de mis tormentos
Solo tú, madre mía,
ves lo que siento.
Aunque en el mundo
hay criaturas buenas
Hay muchas que no
saben lo que son penas.
Por eso te suplico
que desde el cielo
Me prestes amoroso
dulce consuelo.
Mi corazón te
llama, te necesita
No me abandones
nunca, Virgen bendita.
Para vivir, tu
amparo me es necesario
y he de seguir tus
huellas hasta el calvario
y así que a tus
plantas llore y me aflija
Piensa: Tú eres mi
madre, yo soy tu hija.
Gracias. Y VIVA ORCE!!!!!!!
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