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ORCE (Granada)

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domingo, 2 de septiembre de 2018

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE AGOSTO 2018. JAVIER LÓPEZ Y GARCÍA DE LA SERRANA



Buenas noches orcerinos y visitantes, antes de comenzar el Pregón, me van a permitir una pequeña loa de agradecimiento al señor Alcalde de Orce, D. José Ramón Martínez Olivares, y a la Concejal de Cultura, Dª. Purificación Torres Serrano, así como a toda la Corporación Municipal, por la deferencia que han tenido para con mi persona, nombrándome PREGONERO DE LAS FIESTAS DE ORCE DE 2018.
También quiero agradecer al párroco de Orce, D. Sebastian Robles Jiménez, el haber permitido que, dada la lluvia acaecida cuando iba a comenzar este pregón, el mismo sea dado dentro del templo parroquial de Santa María de Orce y en presencia de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, engalanada en su trono al estar en tiempo de novena a tres días de su fiesta. La providencia ha querido que gracias a la inclemencia del tiempo y a la magnanimidad del señor párroco, este pregón se celebre en esta Iglesia tan querida por mi y a cuyo mantenimiento tanto contribuyeron todos mis antepasados, desde mi madre Dª María Jesús García de la Serrana hasta el inefable D. Andres Segura-Nieto Romero.
Asimismo quiero añadir antes de comenzar, que me sentía muy feliz por esa designación como pregonero del que considero mi pueblo, pero al leer los pregones de años anteriores la felicidad se ha tornado en desasosiego, pues he podido comprobar el magnífico trabajo llevado a cabo por todos aquellos que me han precedido en este trance durante estos años atrás, sintiendo que no es nada fácil esta tarea de pregonero, pues a pesar de mi experiencia oratoria en diversos foros esta noche siento temblar las piernas como nunca antes me había pasado.

Tras este preámbulo, doy comienzo al Pregón de las Fiestas de Orce de 2018.
El municipio de Orce se encuentra como bien sabéis en el noroeste de la provincia de Granada, a unos 154 kilómetros de la capital, en la comarca del altiplano de Baza-Huéscar y a 950 metros sobre el nivel del mar. Su antigüedad como asentamiento humano data del Cuaternario, ya que los yacimientos de industrias líticas descubiertos en las pedanías Orcenses de Venta Micena, Barranco León y Fuentenueva, revelan poblaciones de homínidos en el Pleistoceno Inferior; es decir hace un millón y medio de años.
Una vez conocida nuestra localización y antigüedad conozcamos de donde viene nuestro nombre. Se cree que es durante el Imperio Tartesio de Argantonio, donde en el interior de la Bastitania se referencian varios nombres con la desinencia CI: ILOR-CI (Lorca), ILI-CI (Elche), AC-CI (Guadix) y UR-CI (Orce). Caro Baroja apunta que el vocablo URCI significa fortaleza y es a través de las Actas del Concilio de Ilíberis -actual Granada-, celebrado a principios del siglo IV DC, donde se localiza ya el término de URCI como Orce. Más adelante pudo denominarse URSI, derivado del árabe URS, vocablo utilizado por los musulmanes, para denominar a los asentamientos coloniales militares.
Desde tiempos centenarios discurría por estas latitudes una ruta económico-militar que enlazaba la costa levantina con las explotaciones mineras de Linares. Algunos geógrafos árabes citan en tierras del reino Nazarita diferentes poblaciones llamadas URS-AL-YAMANI, colonias de árabes yemeníes pobladas por adjudicatarios musulmanes a los que se les habían asignado tierras en el sureste de AL-ANDALUS. Y Orce fue una de estas URS que desde el siglo VIII perteneció a la Kura de Tudmir. Teniendo su emplazamiento gran importancia estratégica, por lo que se le proveyó de una Alcazaba- Fortaleza provista de siete torreones y flanqueada por una portentosa muralla, cuya construcción se inició con la dominación árabe en el siglo XI y finalizó en época cristiana, tras la edificación de la Torre del Homenaje en el siglo XV.
Debilitada la dominación almohade tras la derrota en las Navas de Tolosa en 1212, Fernando III El Santo comienza su conquista por la Cora de Jaén, división territorial de Al-Andalus, que comprendía lo que hoy es provincia de Jaén con extensión desde Segura de la Sierra hasta Orce. El 15 de febrero de 1243 se firma en Toledo, un privilegio de donación del rey Sancho IV a la Orden de Santiago, de las poblaciones de Huéscar, Galera y Orce. No teniendo más remedio el rey moro de Granada que reconocer el dominio cristiano en esta frontera mediante el Pacto de Jaén. Sin embargo, esta aceptación fue únicamente aparente, ya que estas plazas eran de vital importancia para la estrategia militar del reino. Y en 1252, el rey granadino Muhammad I Al-Ahamar, subleva las morerías de frontera, obteniendo en la parte oriental, las fortalezas de Cullar, Orce, Galera y Huéscar. En este constante toma y daca, hacia 1271 los cristianos volverían a recobrar la población. Sin embargo, el control castellano finalizó en 1325, cuando el avance del rey nazarí Abu-I-Walid Ismail I, volvió a reconquistarlas para la causa musulmana.
Esta fortaleza actuó como avanzada fronteriza del Reino Nazarita, y en el primer tercio del siglo XV fue reconquistada por Rodrigo Manrique, Comendador de la Orden de Santiago y padre del poeta Jorge Manrique; aunque diez años después fue retomada de nuevo por Muhammad Aben Osmín, hasta que presentó su rendición definitiva a los ejércitos de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1488, año desde el que Orce es “cristiana”.
Los Reyes Católicos, conocedores que el cetro de Castilla no podía llegar a todos los lugares conquistados, concedieron Señoríos a miembros de la nobleza que les habían prestado apoyo en sus empresas guerreras; llevando implícita la hábil maniobra de colocar un intermediario entre los pueblos conquistados y la Corona. Así pues, el rey D. Fernando concedió a su tío carnal D. Enrique Enríquez, Mayordomo Real, e hijo del Almirante de Castilla Fadrique Enríquez; el Señorío de Orce, Galera, Cortes de Baza y Los Filabres, así como Alcaide y Justicia Mayor de la Alcazaba y Ciudad de Baza, por documento real de 24 de Junio de 1492, fechado en la puebla de Santa María de Guadalupe, que se encuentra en el archivo de Simancas.
Todo esto, que he extraído en parte de un manuscrito del Doctor Angel Navarro Sánchez Ortiz, hijo mayor de mi querida “prima” Quini -María Joaquina Sánchez-Ortiz Jara- (y es tenemos los mismos tatarabuelos -GABRIEL VILLALOBOS BELMONTE & JOAQUINA DE MATA DUEÑAS-), era solo para poner de relieve la antigüedad y el señorío de este precioso pueblo que es Orce. Pero si existía alguien que conocía con rigor la historia de este municipio ese era Antonio Guillen Gómez, brillante Cronista de la villa de Orce, cuyos trabajos de investigación son de una llamativa minuciosidad y laboriosidad digna de elogio, y a quien quiero rendir homenaje aquí esta noche, por lo que no me corresponde a mi dar lecciones de historia sino solo trasladar que siglos de historia, de batallas y de riqueza material y cultural nos contemplan.
Y este histórico pueblo es en el que yo he pasado mis veranos completos desde que nací hasta mi matrimonio con mi mujer Magdalena, pues a partir del mismo (donde manda patrón no manda marinero) las estancias en Orce se redujeron y tristemente finalizaron a la muerte de mi madre Maria Jesús García de la Serrana Villalobos, para recuperarse con más fuerza que nunca hace un año, al acabar la reforma de la casa familiar.
Así que no soy natural de Orce, sino de Baza como más adelante explicaré, pero si soy orcerino de corazón y así lo llevo a gala, pues todo lo importante que me pasó en mi niñez y mi adolescencia ocurrió en este pueblo, ya que desde el 15 de junio de cada año –día en el que normalmente nos daban las vacaciones y salíamos disparados para Orce- hasta el 15 de septiembre -retorno al colegio en Granada- Orce se convertiría en el paraíso donde el tiempo se detenía, donde pasabas días enteros en la calle sin que se acordaran de ti salvo para las comidas, donde la bicicleta era una parte de cuerpo y lo mismo bajabas al Molino de la Torre que te atrevías a ir al bosque e incluso al Tejalí, el cortijo de mi querido y añorado Pepe Serrano.
Aquí había tiempo para todo, para la mistela y la torta de cañamones en casa de mis entrañadas tías María y Pilar Castellar, para visitar el pozo de la casa de las Jara, donde Ascensión (qepd), Concha y Maruja no paraban de besarme y estrujarme con cariño como si fueran de mi familia, y donde Antonio Jara (qepd también) me presentó a su novia pintora Leonor, que ese verano nos dio clase de pintura a mi amiga Esther Espínola, la hija de Juan el practicante, y a mí. También había tiempo para ser monaguillo junto a mi buen amigo Julián, que hoy tiene una magnífica carnicería, subirme a los árboles con mi querido Antonio Burgos, a correr por las cámaras y solanas de la casa grande con Antonio “el caseta chico”, a coger ranas en la mimbrera con mi primo hermano Rafael García de la Serrana Villalobos, que se fue a Roma a ordenarse sacerdote y hoy es el Director General de Obra Pública del Vaticano.

Pero volviendo al motivo de mi nacimiento en Baza, hecho conocido por muy pocos, este se debe exclusivamente a que nací un 11 de agosto de 1965, ayer hizo 53 años, fecha en la que aprovechando las vacaciones estivales mi madre se encontraba en la que había sido la casa de sus padres José García de la Serrana Segura y Paz Villalobos Villavicencio, dado que mi familia materna era bastetana y allí habían tenido su residencia en la casa que hoy es la Comisaría de Policía de Baza, pero diez días después de mi nacimiento ya estábamos en Orce, por lo que esos diez primeros días de vida fueron los únicos que he vivido en esa preciosa ciudad que es Baza. Por el contrario, en Orce, hasta la muerte de mi abuela Paz Villalobos un año antes de yo nacer, mi familia pasaba el verano en la casa que hay justo a la derecha del Ayuntamiento y que posteriormente fue de mi adorado tío Fernando García de la Serrana Villalobos (el último de los hermanos de mi madre en fallecer, a pesar de no ser el menor, imagino que debido a la salud de hierro que el mar le había proporcionado durante sus largos años de servicio en la Armada española, finalizados como Capitán de Navío) y de mi querida tía Mª Dolores Braquehais García, a la que le dedico este recuerdo.
Posteriormente al fallecimiento de mi abuela y una vez que yo ya estaba en este mundo, mi padre, José López Ruiz, accedió a que paramos los veranos en la casa que había sido de mi abuela Paz Villalobos, la de la torre que hay en la plaza frente al Ayuntamiento y que era una parte -la mitad aproximadamente- de la conocida como “La Casa Grande” o “Palacio Belmonte-Segura”, aunque él poco la disfrutó, pues fallecía el 30 de enero de 1968, (el mismo día en el que nació nuestro Rey Felipe VI), y aunque no era de esta comarca, sino de Trasmulas, un pequeño anejo situado en el extremo occidental de la Vega de Granada, muy cerca de Láchar, disfrutaba mucho de Orce y de los paseos por la plaza. Así me lo recordaba haces unas semanas nuestro ilustre Juez de Paz Miguel Gallardo. Y es que mi padre conocía muy bien este pueblo, de hecho pertenecía a su jurisdicción en aquellos tiempos, pues durante bastantes años había sido el Juez de Primera Instancia de Baza, donde se casó en 1949 con mi madre y donde vivieron hasta 1.956, año en el que se trasladaron a Granada al ascender mi padre a magistrado de la Audiencia Provincial de Granada. De ahí que mis cuatro hermanos mayores, José Manuel, Herminia, Joaquín y Angel (qepd), sean igualmente bastetanos, pues de hecho nacieron en el propio Juzgado de Baza al tener allí mis padres su residencia en aquella época y sí que vivieron algunos años en dicha localidad, mientras que mis siguientes hermanos, Maria Jesús (qepd también) y Fernando, nacieron ya en nuestra casa de los Hotelitos de Belén en Granada. Aunque todos y cada uno de ellos, al igual que yo, han vivido, disfrutado y amado este pueblo, hasta más no poder.
Por mi parte, como ya he dicho, a pesar de ser el séptimo nací por azar en Baza, pero me considero orcerino de corazón, pues aunque siempre he vivido en Granada, ha sido en Orce donde durante tres meses al año mi vida cambiaba. Aquí hice y conservo grandes amigos y aquí forjé mi carácter. En este pueblo conocí a una de las personas que más me ha enseñado sobre el campo, Adel Gómez, el labrador de mi madre, un hombre bueno del que aprendí lo  que un joven de ciudad no conoce: desde cazar, ya fuera con escopeta, galgos o podencos, hasta algo tan elemental como es saber distinguir la avena del centeno, la media fanega del celemín, o la oveja segureña de la que no lo es. Con él mi espalda aprendió la importancia del tornillo sin fin para evitar tener que cargar los sacos de cebada, descubrí la rapidez con que algunos son capaces de esquilar una oveja, la importancia de seleccionar a los mejores borregos no para comérselos sino para reponer a las ovejas mayores. Desde aquí le doy las gracias por todo el tiempo que me dedicó.
También agradezco a otras personas el tiempo y el cariño que dedicaron a nuestra familia, como Antonia, la Gallita y su marido Antonio, el gallito, hermano de Joaquina la lavandera, que hacía unas migas como nadie. A Bonifacia Tripiana (Bony), que según siempre me cuenta mi hermana, a la que llevaba al colegio, salió de nuestra casa para casarse. Y qué decir de Donata Toquero, pues nunca he conocido una mujer más buena persona que ella. Como anécdota diré que juntos vimos el mar por primera vez cuando en el verano de 1970 mi madre nos llevó a todos a Torre del Mar. Gracias a Mercedes, Mª Carmen, Lola y a toda la Familia Toquero Motos, por todo lo que hicisteis por mi madre y el cariño que siempre nos disteis.
Son esos recuerdos de infancia y otros de adolescencia, lo que me hacen adorar este pueblo. Aún recuerdo con estupor mi primer viaje en coche de Orce a Galera, en un Renault 12 amarillo que mi gran amigo Luisito Botía le había cogido “prestado” a su tío Jesús Botía (una persona también muy entrañable para mí, qepd), al que le sonaban las trócolas al dar las curvas o al menos eso decía Luis (por supuesto no voy a hacer mención a las escasa edad que teníamos…). También recuerdo con mucho cariño las fiestas de cumpleaños de mi querida Teresa Serrano cada 6 de agosto, los baños en la balsa de los Romeros a la que me invitaba mi amiga Teresa Sánchez-Ortiz, las partidas de Giley con Antoñito García Serrano o los viajes inconfesables a Huéscar con Falín (Rafael Martin-Ambel), mi “hermano del alma”. Y qué decir de Miguel Navarro Muñoz -Miguelillo-, que siempre me da la bienvenida con un gran cariño, el mismo que yo le tengo; nunca tuvo Orce mejor monaguillo, ni mejor soldado, pues este ultimo San Antón nos mandaba a Falín y a mi como el mejor de los sargentos…
Como dijo el catedrático Manuel Jaramillo, Orce es algo más: “Orce es el pueblo de la amistad. Orce me enseñó el verdadero concepto de la amistad. Para el orcerino, la amistad no es conducta, sino actitud. La conducta es un modo de obrar, la actitud es un modo de ser. Ser amigo es connatural a su ser, de modo que, para el orcerino, ser amigo es anterior a toda obligación. Lo importante no es la conducta con el amigo, sino la AMISTAD, con mayúsculas, que une a las personas, obligándolas a comportarse con rectitud y darse totalmente.”
Por todo ello, cuando el 11 de junio de 2011 falleció mi madre y los hermanos nos planteamos quien se haría cargo de su casa aquí en Orce, que tras la partición de la casa de mi abuela a mi madre le había tocado la parte trasera de la referida anteriormente como “la Casa Grande” o Palacio de Belmonte-Segura, mi decisión de hacerme cargo de la misma fue clara y nítida desde el primer momento y en ella no influyó para nada el hecho que en esa casa hubieran vivido mis antepasados de siete generaciones (mis padres Mª Jesús García de la Serrana y Villalobos & José López Ruíz, mis abuelos Paz Villalobos y Villavicencio & José García de la Serrana y Segura, mis bisabuelos Gabriel Villalobos de Mata & Mª Rosario Villavicencio de Gea, mis tatarabuelos Gabriel Villalobos Belmonte & Joaquina de Mata Dueñas, los padres de mis tatarabuelos María Pascuala Belmonte Carreño & José Miguel Villalobos Cabrera –nuestro héroe local del que ahora hablaré-, los abuelos de mis tatarabuelos Andrés de Belmonte y Segura-Nieto & Josefa Carreño Vazquez-Castilla y los bisabuelos de mis tatarabuelos Gumersinda Segura-Nieto Romero & Nicolás de Belmonte & Benavente, para los que se construyó dicha casa, que se comenzó a habitar en 1778, y que en su totalidad constituyó el Palacio “Belmonte-Segura”, también llamado “La Casa Grande”, como ya se ha comentado).
Tampoco influyo que en dicha casa hubiera vivido, como acabo de mencionar, el coronel de los Reales Ejércitos José Miguel Villalobos Cabrera, nacido en Rubite el 6 de diciembre de 1772, pero que acabó sus días en Orce, el 20 de abril de 1825, tras quince años de matrimonio con Mª Pascuala Belmonte Carreño, matrimonio que dio origen a una saga familiar –los Villalobos- muy integrada en este pueblo. El coronel Villalobos ha pasado a la historia como un valiente soldado del Regimiento de Húsares de Caballería, curtido en mil batallas  durante la Guerra de la Independencia, pero sobre todo, por ser el precursor español de la llamada guerra de guerrillas y un gran defensor de la Constitución de 1812.

El libro “José Miguel Villalobos Cabrera (1772-1825). Un héroe en la Guerra de la Independencia”, escrito por el profesor de la UGR Germán Acosta Estévez, aborda la trayectoria vital de un hombre valiente, inteligente, sagaz, determinado, precavido, paciente estratega, fiel guardador de la jerarquía, convencido constitucionalista y parco en palabras, nacido en el seno de una familia de origen hidalgo venida a menos, y que fue un mito entre las gentes del Altiplano granadino y comarcas colindantes, pero que no ocupó el lugar que le correspondía por derecho en la historia. Durante toda la Guerra de la Independencia luchó incansable, a lomos de su caballo, o a pié por lo más escarpado de nuestros montes, siendo el responsable de que los franceses sufrieran numerosas pérdidas humanadas y materiales  en toda la comarca del altiplano granadino, sur de Murcia y el noreste de Jaén hasta Bailén; pero no solo estaba interesado por librarnos de los invasores, también tenía sus ideas políticas.
El 19 de Marzo de 1812 los valientes gaditanos de la Isla de León, y desde San Fernando, junto con los españoles independientes del yugo francés, en el oratorio de San Felipe Neri en Cádiz, elaboraron el primer texto constitucional de la Nación Española, estableciendo las primeras Cortes Constituyentes, y se promulgó “la Pepa” por el día en que fue proclamada.
Por ello, liberada de invasores la región, el coronel Villalobos fue comisionado por la Regencia para que los diversos pueblos libertados juraran la Constitución y nombraran alcaldes democráticos. Por lo que el infatigable personaje como tantos otros militares del turbulento siglo XIX, alternó la milicia con la política. Y el primero de octubre de 1812, fuera ya los franceses de nuestras tierras, aunque no de toda España; propuso a su amigo Simón de Castellar, que había sido su enlace y confidente durante la guerra, como alcalde de Orce hasta que fueran elegidos mediante plebiscito popular los cargos correspondientes, a lo que se conocía como Concejo, Justicia y Regimiento.
Así acabó el Señorío de Orce, Galera y Los Filabres; la Casa y Estado de Baza llegaba a su fin. Ya no elegirían, ni nombrarían Gobernadores, ni Alcaides, los Enríquez, los Segura, ni sus sucesores. Sólo, el pueblo, que es a quien corresponde.
Era la primera vez en la historia órcense, anulados ya los Señoríos, que los cargos de alcalde eran elegidos por votación popular. Aunque lejos aún de la democracia actual, ya que era un sistema representativo con limitaciones, pues no se contemplaba el sufragio femenino. El nuevo siglo, que había comenzado con la Guerra de la Independencia, continuaría con las guerras civiles entre liberales y absolutistas, isabelinos y carlistas, y acabaría con el desastre del noventa y ocho. Todos estos acontecimientos repercutieron también negativamente en el futuro desarrollo de Orce. Su castigada economía, los vaivenes políticos, la incompetencia, y la desesperanza, no permitieron una recuperación añorada y necesaria.
Estos acontecimientos permitieron a Villalobos establecerse definitivamente en la “Casa Grande” y disfrutar de la compañía de su gran familia, de la que tuvo que privarse durante la guerra de la Independencia. Este periodo de paz y sosiego solo duró un par de años; ya que vuelto al poder Fernando VII, derogó la Constitución liberal, y persiguió encarnizadamente a sus paladines, imponiendo de nuevo su feudal y absolutista régimen.
Muchos hombres de buena fe, héroes de la Independencia y fervientes defensores de la Corte Constitucional fraguada en Cádiz, se sintieron alevosamente traicionados. De hecho Villalobos sufrió en primera persona el efecto de la cruel traición, quedando detenida su brillante carrera militar, y por ende, su salto al generalato, por el desatino de un Rey desalmado, por el que habían luchado hasta dejarse la piel y la vida. Tan solo recibió en 1816 como recompensa Real, el hábito de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, por comisión del capitán general de la provincia, el conde de Montijo, siendo investido en los salones de la Casa Grande, por D. Dionisio Mellado como militar más antiguo de la zona.
La carencia de libertades públicas, la plenitud de la insurrección colonial, la bancarrota de la Real Hacienda con el consiguiente impago a funcionarios y militares, van a ser caldo de cultivo para el pronunciamiento del comandante Rafael Riego el primero de Abril de 1820, en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), apoyado en esta ocasión, tanto por la población como por el núcleo de los militares liberales del Ejército, asestando un golpe que permite proclamar de nuevo la abolida Constitución de Cádiz, y que el monarca se ve forzado a jurarla.
No cabe duda de que el nuevo advenimiento de la Constitución va a suponer un gran soplo de esperanza en un nuevo orden social para la población. Por eso no es de extrañar el gran júbilo que produjo en todos los rincones del altiplano, nueva patria de Villalobos, que ordenara jurar la Carta Magna a mediados de Abril de 1820; acto que es llevado a cabo con la consabida solemnidad en Orce el día 30 de dicho mes. Por lo que D. José Miguel Villalobos se lanza de nuevo al ataque, alternándolo con su nombramiento como Diputado por Granada para el trienio liberal (1820-1823). Volvió a armar una guerrilla con sus correligionarios de siempre, a los que se les sumó savia nueva sedienta de libertad, y luchar en defensa de sus ideales.
Una de sus últimas actuaciones tuvo lugar en Baza, dónde el pueblo, partidario de Fernando VII, se amotinó contra el Ayuntamiento Constitucional y derribaron la placa dedicada a la Constitución de Cádiz para sustituirla por un retrato del monarca. Estando manifestándose la población, el grueso del gentío vio que aparecía el coronel Villalobos desenvainado, sable en mano, y dando vítores a la Constitución. En un mitin improvisado increpó a la multitud reprochándoles su conducta; momento que aprovecharon los liberales para controlar la situación, y el siempre voluble populacho recogió velas y consintió una feroz represión contra los realistas que no tuvieron tiempo de escapar.
Desgraciadamente para su causa, el general Riego fue asesinado, dando paso a una década de represión y exilio para los liberales; entre ellos el diplomático y político Martínez de la Rosa, el General Torrijos y el otro gran guerrillero de la contienda junto con el Coronel Villalobos, Francisco Espoz y Mina. Los constitucionalistas volvieron a ser proscritos y perseguidos; unos encarcelados, incluso otros, ajusticiados. El trienio liberal se fue al traste, tras proclamarse de nuevo Fernando VII Rey absolutamente absoluto.
La captura de Villalobos fue uno de los objetivos prioritarios de los adeptos al nuevo régimen, hecho que tendría lugar a comienzos del mes de Mayo de 1824. El Coronel no pudo eludir la celada y fue procesado por traición. La Capitanía General de Granada intentó hacerse con las riendas de dicha causa, exponiendo que su jurisdicción sobre la misma era de orden superior. Pero el siniestro Ministro de Gracia y Justicia Francisco Tadeo Calamarde, no estaba dispuesto a dejar el caso en manos de la justicia militar de la Capitanía de Granada. Dado que el Coronel Villalobos conservaba allí buenos apoyos, como el General Balanzat, al que en tantas ocasiones había servido durante la invasión francesa. Y es de suponer que Calamarde pretendía que la condena de Villalobos se convirtiese en ejemplarizante y disuasoria. Así pues, el 18 de octubre de 1824 se resuelve que el único Tribunal competente para juzgar la causa contra el antiguo guerrillero sea la Sala de la Real Chancillería.
Con esta decisión se culmina el escarmiento a una persona, ya con la salud bastante maltrecha, y se mancillaba en grado sumo la figura de un personaje comprometido con la libertad del pueblo y de su Rey, quien le recompensaba de esta abyecta manera los servicios prestados. Se desconoce cuándo y en qué condiciones abandona el presidio para pasar sus últimos días entre los suyos. En cualquier caso ya nada importaba, y por motivos de salud, fue recluido en la Casa Grande dónde fallecería a los 52 años el 20 de Abril de 1825, bajo la sospecha de haber sido envenenado, dejando viuda a la todavía joven Mª Pascuala Belmonte con nueve hijos menores de edad, de los que no todos tampoco conocerían la adolescencia.
José Miguel Villalobos dejaba tras de sí un halo de leyenda que traspasaría los años y las generaciones, pues todavía su apellido evoca con fuerza, la valentía y el arrojo, de aquel guerrillero que desengañado y moralmente hundido moría en la Casa Grande, enfermo de reumatismo y de la vista como se dijo; pero en realidad se lo llevó, como dice Angel Navarro, un inextirpable dolor de España.
Pues bien, ni siquiera la tremenda carga histórica de dicha casa donde vivieron y murieron mis antepasados, incluido el coronel Villalobos, cuyo histórico cuadro por fin ha vuelto a la misma, fue lo que me llevó a atreverme a adquirir la parte de cada uno de mis hermanos y acometer unas largas y dificultosas obras de restauración y recuperación de la misma, sino que fueron mis recuerdos de juventud expuestos aquí esta noche, el amor a este pueblo, así como el hecho de que si en algún sitio he sido feliz alguna vez en mi vida, ese sitio ha sido mi querido Orce, donde quiero vivir mis últimos años y donde quiero que mis hijos José Angel y Magdalena (Mada) sean igualmente felices y continúen la tradición familiar de pasar sus veranos aquí, en lo que antaño se conociera como “La Corte Chica”.
Por último solo añadir que tengo, al igual que otros muchos, una gran esperanza en el porvenir y futuro de Orce, al que tanto queremos; pero creo que es obligación de todos dar lo mejor de nosotros para hacer que este precioso pueblo no pierda nunca la grandeza y el señorío que siempre tuvo. Tras esto, solo me resta desearos a TODOS unas felices fiestas y pediros que gritéis conmigo: ¡Viva Orce!

Javier López García de la Serrana, Abogado y Doctor en Derecho. 



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