Buenas noches orcerinos y visitantes, antes
de comenzar el Pregón, me van a permitir una pequeña loa de agradecimiento al
señor Alcalde de Orce, D. José Ramón Martínez Olivares,
y a la Concejal de Cultura, Dª. Purificación Torres Serrano, así como a toda la Corporación Municipal, por
la deferencia que han tenido para con mi persona, nombrándome PREGONERO DE LAS
FIESTAS DE ORCE DE 2018.
También quiero agradecer al párroco de Orce, D. Sebastian Robles
Jiménez, el haber permitido que, dada la lluvia acaecida cuando iba a comenzar
este pregón, el mismo sea dado dentro del templo parroquial de Santa María de
Orce y en presencia de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, engalanada en
su trono al estar en tiempo de novena a tres días de su fiesta. La providencia
ha querido que gracias a la inclemencia del tiempo y a la magnanimidad del
señor párroco, este pregón se celebre en esta Iglesia tan querida por mi y a
cuyo mantenimiento tanto contribuyeron todos mis antepasados, desde mi madre Dª
María Jesús García de la Serrana hasta el inefable D. Andres Segura-Nieto
Romero.
Asimismo quiero añadir antes de comenzar, que
me sentía muy feliz por esa designación como pregonero del que considero mi
pueblo, pero al leer los pregones de años anteriores la felicidad se ha tornado
en desasosiego, pues he podido comprobar el magnífico trabajo llevado a cabo
por todos aquellos que me han precedido en este trance durante estos años atrás, sintiendo que no es nada fácil esta tarea
de pregonero, pues a pesar de mi experiencia oratoria en diversos foros esta
noche siento temblar las piernas como nunca antes me había pasado.
Tras este preámbulo, doy comienzo al Pregón de las Fiestas de Orce
de 2018.
El municipio de Orce se encuentra como bien
sabéis en el noroeste de
la provincia de Granada, a unos 154 kilómetros de la capital, en la comarca del
altiplano de Baza-Huéscar y a 950 metros sobre el nivel del mar. Su antigüedad como
asentamiento humano data del Cuaternario, ya que los yacimientos de industrias
líticas descubiertos en las pedanías Orcenses de Venta Micena, Barranco León y Fuentenueva, revelan poblaciones de
homínidos en el Pleistoceno Inferior; es decir hace un millón y medio de años.
Una vez conocida nuestra localización y
antigüedad conozcamos de donde viene nuestro nombre. Se cree que es durante el
Imperio Tartesio de Argantonio, donde en el interior de la Bastitania se
referencian varios nombres con la desinencia CI: ILOR-CI (Lorca), ILI-CI
(Elche), AC-CI (Guadix) y UR-CI (Orce). Caro Baroja apunta que el vocablo URCI
significa fortaleza y es a través de las Actas del Concilio de Ilíberis -actual Granada-,
celebrado a principios del siglo IV DC, donde se localiza ya el término de URCI como
Orce. Más adelante pudo
denominarse URSI, derivado del árabe URS, vocablo utilizado por los musulmanes,
para denominar a los asentamientos coloniales militares.
Desde tiempos centenarios discurría por estas
latitudes una ruta económico-militar que enlazaba la costa levantina con las
explotaciones mineras de Linares. Algunos geógrafos árabes citan en tierras del
reino Nazarita diferentes poblaciones llamadas URS-AL-YAMANI, colonias de
árabes yemeníes pobladas por adjudicatarios musulmanes a los que se les habían
asignado tierras en el sureste de AL-ANDALUS. Y Orce fue una de estas URS que desde
el siglo VIII perteneció a la Kura de Tudmir. Teniendo su emplazamiento gran
importancia estratégica, por lo que se le proveyó de una Alcazaba- Fortaleza provista
de siete torreones y flanqueada por una portentosa muralla, cuya construcción
se inició con la dominación árabe en el siglo XI y finalizó en época cristiana, tras la edificación de la
Torre del Homenaje en el siglo XV.
Debilitada la dominación almohade tras la
derrota en las Navas de Tolosa en 1212, Fernando III El Santo comienza su
conquista por la Cora de Jaén, división territorial de Al-Andalus, que comprendía lo que hoy es
provincia de Jaén con extensión desde Segura de la Sierra hasta Orce. El 15 de
febrero de 1243 se firma en Toledo, un privilegio de donación del rey Sancho IV
a la Orden de Santiago, de las poblaciones de Huéscar, Galera y Orce. No teniendo más remedio
el rey moro de Granada que reconocer el dominio cristiano en esta frontera
mediante el Pacto de Jaén. Sin embargo, esta aceptación fue únicamente aparente, ya que
estas plazas eran de vital importancia para la estrategia militar del reino. Y
en 1252, el rey granadino Muhammad I Al-Ahamar, subleva las morerías de
frontera, obteniendo en la parte oriental, las fortalezas de Cullar, Orce,
Galera y Huéscar. En este
constante toma y daca, hacia 1271 los cristianos volverían a recobrar la
población. Sin embargo, el control castellano finalizó en 1325, cuando el
avance del rey nazarí Abu-I-Walid Ismail I, volvió a reconquistarlas para la causa musulmana.
Esta fortaleza actuó como avanzada fronteriza
del Reino Nazarita, y en el primer tercio del siglo XV fue reconquistada por
Rodrigo Manrique, Comendador de la Orden de Santiago y padre del poeta Jorge
Manrique; aunque diez años después fue retomada de nuevo por Muhammad Aben Osmín, hasta que
presentó su rendición definitiva a los ejércitos de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1488, año
desde el que Orce es “cristiana”.
Los Reyes Católicos, conocedores que el cetro de Castilla no podía
llegar a todos los lugares conquistados, concedieron Señoríos a miembros de la
nobleza que les habían prestado apoyo en sus empresas guerreras; llevando
implícita la hábil maniobra de colocar un intermediario entre los pueblos
conquistados y la Corona. Así pues, el rey D. Fernando concedió a su tío carnal
D. Enrique Enríquez, Mayordomo Real, e hijo del Almirante de Castilla Fadrique
Enríquez; el Señorío de Orce, Galera, Cortes de Baza y Los Filabres, así como
Alcaide y Justicia Mayor de la Alcazaba y Ciudad de Baza, por documento real de
24 de Junio de 1492, fechado en la puebla de Santa María de Guadalupe, que se
encuentra en el archivo de Simancas.
Todo esto, que he extraído en parte de un
manuscrito del Doctor Angel Navarro Sánchez Ortiz, hijo mayor de mi querida “prima” Quini -María Joaquina Sánchez-Ortiz Jara- (y es tenemos los mismos tatarabuelos
-GABRIEL VILLALOBOS BELMONTE & JOAQUINA DE MATA DUEÑAS-), era solo para
poner de relieve la antigüedad y el señorío de este precioso pueblo que es
Orce. Pero si existía alguien que conocía con rigor la historia de este
municipio ese era Antonio Guillen Gómez, brillante Cronista de la villa de
Orce, cuyos trabajos de investigación son de una llamativa minuciosidad y
laboriosidad digna de elogio, y a quien quiero rendir homenaje aquí esta noche,
por lo que no me corresponde a mi dar lecciones de historia sino solo trasladar
que siglos de historia, de batallas y de riqueza material y cultural nos
contemplan.
Y este histórico pueblo es en el que yo he pasado mis veranos
completos desde que nací hasta mi matrimonio con mi mujer Magdalena, pues a
partir del mismo (donde manda patrón no manda marinero) las estancias en Orce
se redujeron y tristemente finalizaron a la muerte de mi madre Maria Jesús
García de la Serrana Villalobos, para recuperarse con más fuerza que nunca hace
un año, al acabar la reforma de la casa familiar.
Así que no soy natural de Orce, sino de Baza
como más adelante explicaré, pero si soy orcerino de corazón y así lo llevo a gala, pues todo
lo importante que me pasó en mi niñez y mi adolescencia ocurrió en este pueblo,
ya que desde el 15 de junio de cada año –día en el que normalmente nos daban
las vacaciones y salíamos disparados para Orce- hasta el 15 de septiembre
-retorno al colegio en Granada- Orce se convertiría en el paraíso donde el tiempo
se detenía, donde pasabas días enteros en la calle sin que se acordaran de ti
salvo para las comidas, donde la bicicleta era una parte de cuerpo y lo mismo
bajabas al Molino de la Torre que te atrevías a ir al bosque e incluso al
Tejalí, el cortijo de mi querido y añorado Pepe Serrano.
Aquí había tiempo para todo, para la mistela y la torta de cañamones en
casa de mis entrañadas tías María y Pilar
Castellar, para visitar el pozo de la casa de las Jara, donde Ascensión (qepd),
Concha y Maruja no paraban de besarme y estrujarme con cariño como si fueran de
mi familia, y donde Antonio Jara (qepd también) me presentó a su novia pintora Leonor, que ese verano
nos dio clase de pintura a mi amiga Esther Espínola, la hija de Juan el practicante,
y a mí. También había tiempo para
ser monaguillo junto a mi buen amigo Julián, que hoy tiene una magnífica carnicería, subirme a los árboles con mi querido
Antonio Burgos, a correr por las cámaras y solanas de la casa grande con
Antonio “el caseta chico”, a
coger ranas en la mimbrera con mi primo hermano Rafael García de la Serrana
Villalobos, que se fue a Roma a ordenarse sacerdote y hoy es el Director
General de Obra Pública del Vaticano.
Pero volviendo al motivo de mi nacimiento en
Baza, hecho conocido por muy pocos, este se debe exclusivamente a que nací un
11 de agosto de 1965, ayer hizo 53 años, fecha en la que aprovechando las
vacaciones estivales mi madre se encontraba en la que había sido la casa de sus
padres José García de la
Serrana Segura y Paz Villalobos Villavicencio, dado que mi familia materna era
bastetana y allí habían tenido su residencia en la casa que hoy es la Comisaría de Policía de Baza, pero diez días después de mi nacimiento ya estábamos en Orce, por
lo que esos diez primeros días de vida fueron los únicos que he vivido en esa
preciosa ciudad que es Baza. Por el contrario, en Orce, hasta la muerte de mi
abuela Paz Villalobos un año antes de yo nacer, mi familia pasaba el verano en la casa que hay justo a la derecha del
Ayuntamiento y que posteriormente fue de mi adorado tío Fernando García de la Serrana Villalobos (el último de los
hermanos de mi madre en fallecer, a pesar de no ser el menor, imagino que
debido a la salud de hierro que el mar le había proporcionado durante sus
largos años de servicio en la Armada española, finalizados como Capitán de Navío) y de mi querida tía Mª Dolores Braquehais
García, a la que le dedico
este recuerdo.
Posteriormente al fallecimiento de mi abuela
y una vez que yo ya estaba en este mundo, mi padre, José López Ruiz, accedió a
que paramos los veranos en la casa que había sido de mi abuela Paz Villalobos,
la de la torre que hay en la plaza frente al Ayuntamiento y que era una parte
-la mitad aproximadamente- de la conocida como “La Casa Grande” o “Palacio
Belmonte-Segura”, aunque él poco la disfrutó, pues fallecía el 30 de enero de
1968, (el mismo día en el que nació nuestro Rey Felipe VI), y aunque no era de
esta comarca, sino de Trasmulas, un pequeño anejo situado en el extremo
occidental de la Vega de Granada, muy cerca de Láchar, disfrutaba mucho de Orce
y de los paseos por la plaza. Así me lo recordaba haces unas semanas nuestro
ilustre Juez de Paz Miguel Gallardo. Y es que mi padre conocía muy bien este pueblo,
de hecho pertenecía a su jurisdicción en aquellos tiempos, pues durante
bastantes años había sido el Juez de Primera Instancia de Baza, donde se casó
en 1949 con mi madre y donde vivieron hasta 1.956, año en el que se trasladaron
a Granada al ascender mi padre a magistrado de la Audiencia Provincial de Granada.
De ahí que mis cuatro hermanos mayores, José Manuel, Herminia, Joaquín y Angel (qepd), sean igualmente
bastetanos, pues de hecho nacieron en el propio Juzgado de Baza al tener allí
mis padres su residencia en aquella época y sí que vivieron algunos años en dicha localidad, mientras
que mis siguientes hermanos, Maria Jesús (qepd también) y Fernando, nacieron ya en nuestra casa de
los Hotelitos de Belén en Granada. Aunque todos y cada uno de ellos, al igual que yo,
han vivido, disfrutado y amado este pueblo, hasta más no poder.
Por mi parte, como ya he dicho, a pesar de
ser el séptimo nací por azar
en Baza, pero me considero orcerino de corazón, pues aunque siempre he vivido
en Granada, ha sido en Orce donde durante tres meses al año mi vida cambiaba. Aquí
hice y conservo grandes amigos y aquí forjé mi carácter. En este pueblo conocí a una de las personas que más me ha
enseñado sobre el campo, Adel Gómez, el labrador de mi madre, un hombre bueno
del que aprendí lo que un joven de
ciudad no conoce: desde cazar, ya fuera con escopeta, galgos o podencos, hasta
algo tan elemental como es saber distinguir la avena del centeno, la media
fanega del celemín, o la oveja segureña de la que no lo es. Con él mi espalda aprendió la importancia del
tornillo sin fin para evitar tener que cargar los sacos de cebada, descubrí la
rapidez con que algunos son capaces de esquilar una oveja, la importancia de
seleccionar a los mejores borregos no para comérselos sino para reponer a las ovejas
mayores. Desde aquí le doy las gracias por todo el tiempo que me dedicó.
También agradezco a otras personas el tiempo y el cariño que dedicaron a
nuestra familia, como Antonia, la Gallita y su marido Antonio, el gallito,
hermano de Joaquina la lavandera, que hacía unas migas como nadie. A Bonifacia
Tripiana (Bony), que según siempre me cuenta mi hermana, a la que llevaba al
colegio, salió de nuestra casa para casarse. Y qué decir de Donata Toquero, pues nunca he
conocido una mujer más buena persona que ella. Como anécdota diré que juntos vimos el mar por primera vez
cuando en el verano de 1970 mi madre nos llevó a todos a Torre del Mar. Gracias
a Mercedes, Mª Carmen, Lola y a toda la Familia Toquero Motos, por todo lo que
hicisteis por mi madre y el cariño que siempre nos disteis.
Son esos recuerdos de infancia y otros de
adolescencia, lo que me hacen adorar este pueblo. Aún recuerdo con estupor mi
primer viaje en coche de Orce a Galera, en un Renault 12 amarillo que mi gran
amigo Luisito Botía le había cogido “prestado” a su tío Jesús Botía (una persona también muy entrañable para mí, qepd), al que le
sonaban las trócolas al dar las curvas o al menos eso decía Luis (por supuesto
no voy a hacer mención a las escasa edad que teníamos…). También recuerdo con mucho cariño las fiestas de
cumpleaños de mi querida Teresa Serrano cada 6 de agosto, los baños en la balsa
de los Romeros a la que me invitaba mi amiga Teresa Sánchez-Ortiz, las partidas
de Giley con Antoñito García Serrano o los viajes inconfesables a Huéscar con Falín (Rafael Martin-Ambel), mi “hermano del
alma”. Y qué decir de Miguel Navarro Muñoz -Miguelillo-, que siempre me da la
bienvenida con un gran cariño, el mismo que yo le tengo; nunca tuvo Orce mejor
monaguillo, ni mejor soldado, pues este ultimo San Antón nos mandaba a Falín y
a mi como el mejor de los sargentos…
Como dijo el catedrático Manuel Jaramillo, Orce es algo más: “Orce
es el pueblo de la amistad. Orce me enseñó el verdadero concepto de la amistad.
Para el orcerino, la amistad no es conducta, sino actitud. La conducta es un
modo de obrar, la actitud es un modo de ser. Ser amigo es connatural a su ser,
de modo que, para el orcerino, ser amigo es anterior a toda obligación. Lo
importante no es la conducta con el amigo, sino la AMISTAD, con mayúsculas, que
une a las personas, obligándolas a comportarse con rectitud y darse
totalmente.”
Por todo ello, cuando el 11 de junio de 2011
falleció mi madre y los hermanos nos planteamos quien se haría cargo de su casa
aquí en Orce, que tras la partición de la casa de mi abuela a mi madre le había
tocado la parte trasera de
la referida anteriormente como “la Casa Grande” o Palacio de Belmonte-Segura,
mi decisión de hacerme cargo de la misma fue clara y nítida desde el primer
momento y en ella no influyó para nada el hecho que en esa casa hubieran vivido
mis antepasados de siete generaciones (mis padres Mª Jesús García de la Serrana y Villalobos &
José López Ruíz, mis
abuelos Paz Villalobos y Villavicencio & José García de la Serrana y Segura, mis bisabuelos
Gabriel Villalobos de Mata & Mª Rosario Villavicencio de Gea, mis tatarabuelos
Gabriel Villalobos Belmonte & Joaquina de Mata Dueñas, los padres de mis
tatarabuelos María Pascuala Belmonte Carreño & José Miguel Villalobos Cabrera –nuestro héroe local del que ahora hablaré-, los abuelos de mis tatarabuelos Andrés de Belmonte y Segura-Nieto & Josefa
Carreño Vazquez-Castilla y los bisabuelos de mis tatarabuelos Gumersinda
Segura-Nieto Romero & Nicolás de Belmonte & Benavente, para los que se
construyó dicha casa, que se comenzó a habitar en 1778, y que en su totalidad
constituyó el Palacio “Belmonte-Segura”, también llamado “La Casa Grande”, como ya se ha comentado).
Tampoco influyo que en dicha casa hubiera
vivido, como acabo de mencionar, el coronel de los Reales Ejércitos José Miguel Villalobos Cabrera, nacido en Rubite
el 6 de diciembre de 1772, pero que acabó sus días en Orce, el 20 de abril de
1825, tras quince años de matrimonio con Mª Pascuala Belmonte Carreño,
matrimonio que dio origen a una saga familiar –los Villalobos- muy integrada en
este pueblo. El coronel Villalobos ha pasado a la historia como un valiente
soldado del Regimiento de Húsares de Caballería, curtido en mil batallas durante la Guerra de la Independencia, pero
sobre todo, por ser el precursor español de la llamada guerra de guerrillas y
un gran defensor de la Constitución de 1812.
El libro “José Miguel Villalobos Cabrera (1772-1825). Un héroe en la Guerra de la Independencia”,
escrito por el profesor de la UGR Germán Acosta Estévez, aborda la trayectoria vital de un hombre
valiente, inteligente, sagaz, determinado, precavido, paciente estratega, fiel
guardador de la jerarquía, convencido constitucionalista y parco en palabras,
nacido en el seno de una familia de origen hidalgo venida a menos, y que fue un
mito entre las gentes del Altiplano granadino y comarcas colindantes, pero que
no ocupó el lugar que le correspondía por derecho en la historia. Durante toda
la Guerra de la Independencia luchó incansable, a lomos de su caballo, o a pié por lo más escarpado de nuestros montes,
siendo el responsable de que los franceses sufrieran numerosas pérdidas humanadas y materiales en toda la comarca del altiplano granadino,
sur de Murcia y el noreste de Jaén hasta Bailén; pero no solo estaba interesado por librarnos de los invasores,
también tenía sus ideas
políticas.
El 19 de Marzo de 1812 los valientes
gaditanos de la Isla de León, y desde San Fernando, junto con los españoles
independientes del yugo francés, en el oratorio de San Felipe Neri en Cádiz, elaboraron el
primer texto constitucional de la Nación Española, estableciendo las primeras
Cortes Constituyentes, y se promulgó “la Pepa” por el día en que fue proclamada.
Por ello, liberada de invasores la región, el coronel Villalobos
fue comisionado por la Regencia para que los diversos pueblos libertados
juraran la Constitución y nombraran alcaldes democráticos. Por lo que el
infatigable personaje como tantos otros militares del turbulento siglo XIX,
alternó la milicia con la política. Y el primero de octubre de 1812, fuera ya
los franceses de nuestras tierras, aunque no de toda España; propuso a su amigo
Simón de Castellar, que había sido su enlace y confidente durante la guerra,
como alcalde de Orce hasta que fueran elegidos mediante plebiscito popular los
cargos correspondientes, a lo que se conocía como Concejo, Justicia y
Regimiento.
Así acabó el Señorío de Orce, Galera y Los Filabres; la Casa y Estado de Baza
llegaba a su fin. Ya no elegirían, ni nombrarían Gobernadores, ni Alcaides, los
Enríquez, los Segura, ni sus sucesores. Sólo, el pueblo, que es a quien
corresponde.
Era la primera vez en la historia órcense,
anulados ya los Señoríos, que los cargos de alcalde eran elegidos por votación
popular. Aunque lejos aún de la democracia actual, ya que era un sistema
representativo con limitaciones, pues no se contemplaba el sufragio femenino.
El nuevo siglo, que había comenzado con la Guerra de la Independencia,
continuaría con las guerras civiles entre liberales y absolutistas, isabelinos
y carlistas, y acabaría con el desastre del noventa y ocho. Todos estos
acontecimientos repercutieron también negativamente en el futuro desarrollo de Orce. Su castigada
economía, los vaivenes políticos, la incompetencia, y la desesperanza, no
permitieron una recuperación añorada y necesaria.
Estos acontecimientos permitieron a
Villalobos establecerse definitivamente en la “Casa Grande” y disfrutar de la
compañía de su gran familia, de la que tuvo que privarse durante la guerra de
la Independencia. Este periodo de paz y sosiego solo duró un par de años; ya que vuelto al poder Fernando VII,
derogó la Constitución liberal, y persiguió encarnizadamente a sus paladines,
imponiendo de nuevo su feudal y absolutista régimen.
Muchos hombres de buena fe, héroes de la Independencia y fervientes
defensores de la Corte Constitucional fraguada en Cádiz, se sintieron
alevosamente traicionados. De hecho Villalobos sufrió en primera persona el
efecto de la cruel traición, quedando detenida su brillante carrera militar, y
por ende, su salto al generalato, por el desatino de un Rey desalmado, por el
que habían luchado hasta dejarse la piel y la vida. Tan solo recibió en 1816
como recompensa Real, el hábito de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo,
por comisión del capitán general
de la provincia, el conde de Montijo, siendo investido en los salones de la
Casa Grande, por D. Dionisio Mellado como militar más antiguo de la zona.
La carencia de libertades públicas, la
plenitud de la insurrección colonial, la bancarrota de la Real Hacienda con el
consiguiente impago a funcionarios y militares, van a ser caldo de cultivo para
el pronunciamiento del comandante Rafael Riego el primero de Abril de 1820, en
Las Cabezas de San Juan (Sevilla), apoyado en esta ocasión, tanto por la
población como por el núcleo de los militares liberales del Ejército, asestando un golpe que permite
proclamar de nuevo la abolida Constitución de Cádiz, y que el monarca se ve forzado a jurarla.
No cabe duda de que el nuevo advenimiento de
la Constitución va a suponer un gran soplo de esperanza en un nuevo orden
social para la población. Por eso no es de extrañar el gran júbilo que produjo
en todos los rincones del altiplano, nueva patria de Villalobos, que ordenara
jurar la Carta Magna a mediados de Abril de 1820; acto que es llevado a cabo
con la consabida solemnidad en Orce el día 30 de dicho mes. Por lo que D. José Miguel Villalobos se lanza de nuevo al
ataque, alternándolo con su nombramiento como Diputado por Granada para el
trienio liberal (1820-1823). Volvió a armar una guerrilla con sus correligionarios
de siempre, a los que se les sumó savia nueva sedienta de libertad, y luchar en
defensa de sus ideales.
Una de sus últimas actuaciones tuvo lugar en
Baza, dónde el pueblo, partidario de Fernando VII, se amotinó contra el
Ayuntamiento Constitucional y derribaron la placa dedicada a la Constitución de Cádiz para sustituirla por un retrato del
monarca. Estando manifestándose la población, el grueso del gentío vio que
aparecía el coronel Villalobos desenvainado, sable en mano, y dando vítores a la
Constitución. En un mitin improvisado increpó a la multitud reprochándoles su
conducta; momento que aprovecharon los liberales para controlar la situación, y
el siempre voluble populacho recogió velas y consintió una feroz represión
contra los realistas que no tuvieron tiempo de escapar.
Desgraciadamente para su causa, el general
Riego fue asesinado, dando paso a una década de represión y exilio para los liberales; entre ellos
el diplomático y político Martínez de la Rosa, el General Torrijos y el otro gran guerrillero de
la contienda junto con el Coronel Villalobos, Francisco Espoz y Mina. Los
constitucionalistas volvieron a ser proscritos y perseguidos; unos encarcelados,
incluso otros, ajusticiados. El trienio liberal se fue al traste, tras
proclamarse de nuevo Fernando VII Rey absolutamente absoluto.
La captura de Villalobos fue uno de los
objetivos prioritarios de los adeptos al nuevo régimen, hecho que tendría lugar a comienzos
del mes de Mayo de 1824. El Coronel no pudo eludir la celada y fue procesado
por traición. La Capitanía
General de Granada intentó hacerse con las riendas de dicha causa, exponiendo
que su jurisdicción sobre la misma era de orden superior. Pero el siniestro
Ministro de Gracia y Justicia Francisco Tadeo Calamarde, no estaba dispuesto a
dejar el caso en manos de la justicia militar de la Capitanía de Granada. Dado
que el Coronel Villalobos conservaba allí buenos apoyos, como el General
Balanzat, al que en tantas ocasiones había servido durante la invasión
francesa. Y es de suponer que Calamarde pretendía que la condena de Villalobos
se convirtiese en ejemplarizante y disuasoria. Así pues, el 18 de octubre de
1824 se resuelve que el único Tribunal competente para juzgar la causa contra
el antiguo guerrillero sea la Sala de la Real Chancillería.
Con esta decisión se culmina el escarmiento a
una persona, ya con la salud bastante maltrecha, y se mancillaba en grado sumo
la figura de un personaje comprometido con la libertad del pueblo y de su Rey,
quien le recompensaba de esta abyecta manera los servicios prestados. Se
desconoce cuándo y en qué condiciones abandona el presidio para pasar sus últimos días entre los suyos. En cualquier caso ya
nada importaba, y por motivos de salud, fue recluido en la Casa Grande dónde
fallecería a los 52 años el 20 de Abril de 1825, bajo la sospecha de haber sido
envenenado, dejando viuda a la todavía joven Mª Pascuala Belmonte con nueve
hijos menores de edad, de los que no todos tampoco conocerían la adolescencia.
José Miguel Villalobos dejaba tras de sí un halo de leyenda que
traspasaría los años y las generaciones, pues todavía su apellido evoca con
fuerza, la valentía y el arrojo, de aquel guerrillero que desengañado y
moralmente hundido moría en la Casa Grande, enfermo de reumatismo y de la vista
como se dijo; pero en realidad se lo llevó, como dice Angel Navarro, un
inextirpable dolor de España.
Pues bien, ni siquiera la tremenda carga histórica de dicha casa
donde vivieron y murieron mis antepasados, incluido el coronel Villalobos, cuyo
histórico cuadro por fin ha vuelto a la misma, fue lo que me llevó a atreverme
a adquirir la parte de cada uno de mis hermanos y acometer unas largas y
dificultosas obras de restauración y recuperación de la misma, sino que fueron
mis recuerdos de juventud expuestos aquí esta noche, el amor a este pueblo, así
como el hecho de que si en algún sitio he sido feliz alguna vez en mi vida, ese
sitio ha sido mi querido Orce, donde quiero vivir mis últimos años y donde
quiero que mis hijos José Angel y Magdalena (Mada) sean igualmente felices y
continúen la tradición familiar de pasar sus veranos aquí, en lo que antaño se
conociera como “La Corte Chica”.
Por último solo añadir que tengo, al igual que otros muchos,
una gran esperanza en el porvenir y futuro de Orce, al que tanto queremos; pero
creo que es obligación de todos dar lo mejor de nosotros para hacer que este
precioso pueblo no pierda nunca la grandeza y el señorío que siempre tuvo. Tras
esto, solo me resta desearos a TODOS unas felices fiestas y pediros que gritéis conmigo: ¡Viva Orce!
Javier López García de la Serrana, Abogado y Doctor en Derecho.